De pie, señores, va pasando la poesía y lleva a su lado a Jorge Enrique Martí.
Uno va para el silencio, la otra, al eterno retorno en los labios anónimos.
Claro, en su identidad: era, por su propia definición, el único entrerriano que había nacido en Rosario.
Altivo, para alcanzar a observar “qué espanto / es ver la caravana de los pobres / desde el balcón de los que tienen tanto”.
Y vertical, desde su visión constructiva y comprensiva de su conjunto circundante en lo identitario, lo comarcano, lo popular.
Tan Maestro, que en su honor también debiera recordarse el Día del Maestro, ya que había nacido el 11 de Setiembre de 1926.
Desde su nacimiento en Rosario hasta la llegada, de muy pequeño, a las orillas del río Uruguay, el poeta transitaría una vida entre ríos y arroyos, paisaje que nunca abandonaría. Ese paisaje natural y humano lo plasmaría en los ríos de tinta que llevó a sus libros, periódicos, ensayos, discursos, notas, cartas y tanto escrito desde el corazón.
“Entrerriano por el canto”, no solamente ejerció la labor poética con constancia y dedicación, sino que lo movió siempre un compromiso con la gente, con su comunidad, entendida más allá de las fronteras, porque para él los ríos unen y hermanan. De ahí su gesto con los hermanos orientales, que encuentra en el “Puente de la Amistad” un símbolo que llevó prendido en lo más profundo de su ser.
José Enrique Martí nació en Rosario el 11 de septiembre de 1926 pero siempre se sintió entrerriano, ya que sus padres se radicaron en nuestra provincia cuando él tenía dos años. Llegó a Entre Ríos con sus progenitores Francisco Martí y Juana Rosa Rossi. Un poco en tren, otro tanto en barco, cuando su padre tuvo la propuesta para trabajar en la fábrica de carnes en conserva: Liebig´s Extract of Meat Co. Ltd.
Su paso por la escuela primaria en Liebig lo llenó de recuerdos e imágenes que lo marcará para toda su vida. Estudió en el “Histórico” Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza”, siendo interno de “La Fraternidad”.
De la “Frater” tiene un libro: “Fraternilia”, que intentaba recordar al “Juvenilia”, de Miguel Cané, donde contaba las cosas de los jóvenes internados.
Su camino hacia la literatura comenzó en Concepción del Uruguay, con una excelente profesora: Dolores Bergara de Brizuela, oriunda de San José, quien le hizo querer la literatura. Después fue a la Universidad, donde tuvo la fortuna de conocer a quien ha sido realmente su maestro: Ricardo Rojas, un protagonista fundamental en la Literatura Argentina, además de un consciente servidor de la juventud. “Tomó un joven de 17 años que se le presenta de golpe pidiéndole consejos y que desde ese día hasta su muerte sería un guía fervoroso; ya que tuvo la mala o la buena suerte de hacer la “colimba” en Buenos Aires y los días de salida “¿Qué iba a hacer si no tenía ningún pariente? Se me ocurrió visitar a Rojas y después me quedaba horas escuchándolo. Era una maravilla... Lo que Rubén Darío llamo en francés “un espectáculo magnífico”. Me dejó una trascendente influencia en todo lo que hice de ahí en más incluso mi primer libro “Panambí” está dedicado a él; aunque todavía firmaba con mi seudónimo: Javier U. Paz.”
Una persona que está entrañablemente metida en mi vida es Delio Panizza; de quién guardo centenares de cartas; también en Buenos Aires fuimos camaradas con Carlos Mastronardi, Córdova Iturburu, dos grandes poetas con los que aprendí muchísimo. A Jorge Luis Borges lo tuve de Profesor de Literatura Inglesa pero tuve muy poco contacto, los encuentros mayores curiosamente los tuve en Concepción del Uruguay un par de veces.
Dictó conferencias en escuelas, colegios y entidades culturales entrerrianas, de varias provincias de nuestro país y de la República Oriental del Uruguay.
Escribió 12 libros; el primero fue “Panambí”, “Versos entrerrianos”, “Al Colegio del Uruguay”, “Fraternilia”, “Antigua Luz” (Faja de Honor de la SADE), “Rapsodia entrerriana”, “Entrerriano por el canto”. Es autor, además de “Cantata en unión y libertad”, homenaje a J.J. de Urquiza, con música de Leopoldo Martí. La misma fue representada en Concepción del Uruguay y Paraná en el marco de las celebraciones por el Bicentenario.
Su último libro “Cancionero colonense del siglo y medio”, se presentó en el marco de los festejos por el sesquicentenario de Colón. Entre numerosos reconocimientos, es Premio Fray Mocho en Poesía.
Falleció a los 91 años, el 14 de enero de 2018.
Yo soy Colón, labriega y navegante
soy la novia del río de los pájaros:
mi nombre tiene insignias de almirante
y la diáfana sombra de los plátanos.
Soy la guitarra de las serenatas,
la flauta melodiosa de los juncos,
la matraca estival de las chicharras
y la estrella viajera de los tucos.
Soy ágata y arcilla, soy palmera
,miel montaraz, racimo de pitanga,
panoja de yatay, canoa islera
y golondrina en vuelo de esperanza.
Soy el parque Quirós,
la costanera,12 de Abril,
Justo y Pastor en misa,
y el cielo de la patria que embandera
a la figura patriarcal de Urquiza.
Soy espuma y rumor de marejadas,
el salto en arco iris del dorado,
el benteveo anunciador del alba
y el cantor que es también canto rodado.
Soy la artesana de la fiesta grande
que alhaja su labor en La Casona
,el alfajor con pasta de inmigrante
y el buen trago de caña de la zona.
Soy la flor del palmar y soy el puente
en fraterna amistad de nuestros pueblos;
el minuán y el charrúa de la gente
que escribe y canta en guaraní sus versos.
Soy el agua profunda de las termas,
el canto libre del zorzal criollo
y la ofrenda de paz de nuestra tierra
en el abrazo de mis dos arroyos.
Soy boliche, almacén, cancha de bochas
y piedra colorada de la ribera
y soy lapacho con las flores rosas
en el milagro de la primavera.
Soy ivirapitá, ceibo, espumilla,
jacarandá duplicador del cielo,
sauce que abre el florón de su sombrilla
y las queridas tipas del recuerdo.
Soy la sonrisa de la verdulera
que viene en sulky desde la colonia
con el dulzor de las primeras brevas
y las ciruelas que ya están pintonas.
Soy el silbido del gurí que pasa
la madre humilde y su canción sin cuna
y el pescador que con la pesca escasa
en la palanca lleva su fortuna.
Soy las islas Queguay y San Francisco,
Uruguayas según el protocolo,
pero argentinas porque desde chico
están en el registro de mis ojos.
Soy el puerto que tuve y ya no tengo,
los vapores anclados en la niebla,
la chalanita que perdió los remos
y el pontón que parece una leyenda.
Yo soy Colón, la música entrerriana
con trinos de calandrias y jilgueros,
garza y biguá, panal de lechiguana
y el bullicio albañil de los horneros.
Ya ves, yo soy Colón,
la soñadora, la plácida belleza del poeta,
la reina del turismo que enamora
y espera que muy pronto estés de vuelta.
Fuentes:
• Revista Yatay
• El Liebig de Martí (Adriana Otea)
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