Desde fines del siglo XIX y hasta principios de la década del treinta, Buenos Aires se urbaniza bajo los modelos arquitectónicos españoles y franceses, demarcando el límite entre dos espacios culturales bien definidos: el “barrio”, con sus múltiples elementos populares simbólicos, tales como la inocencia, la picardía, la astucia, el esfuerzo, etc.; y el "centro”, donde podía hallarse tanto la fama como la perdición.
Mucho tuvieron que ver en
la construcción de estas subjetividades la aparición del Tango y el fútbol nativo.
El Tango,
originado en las riveras rioplatenses hacia finales del siglo XIX, con mezcla
de tonalidades basadas en la habanera, el Tango andaluz y la Milonga,
se asocia a símbolos discursivos emotivos tales como la madre, la percanta, los
muchachos, el café, la cargada y la desgracia. Por su parte el fútbol también
participó en la construcción de un imaginario colectivo alrededor de la figura
triunfante del muchacho humilde que juega en el "potrero" y que inventa
jugadas exquisitas con la pelota. El Tango y el Fútbol colaboraron
en la conformación simbólica de rivalidades barriales. La magnitud de las
tensiones se mide a través de la distancia territorial: cuanto más cerca, más
intenso el enfrentamiento. Tal era el caso de las Milongas, que competían
con más fervor si pertenecían a barrios contiguos; o las rivalidades ya
conocidas en el fútbol: River vs. Boca, Independiente vs. Racing, etc. Todo
esto se generó a partir de la diversidad migratoria de principios de siglo, con
manifestaciones discursivas como el cocoliche, el lunfardo y el bozal, entre
otros. El Tango y el fútbol permitieron el ingreso
activo de Buenos Aires en el proceso creciente de globalización del tiempo
libre. El hecho de que tanto el Tango como el fútbol fueran
actividades populares, proporcionaba un conflicto para las élites en torno a la
disputa semántica de lo “criollo”. La figura demonizada del “gaucho” se había
resignificado positivamente, dando homogeneidad al discurso patriótico escolar
en las primeras décadas del siglo XX. El Tango y el Fútbol tienen en las
primeras décadas del siglo pasado un rol preponderante en la necesidad de
explorar lo "criollo" y en la creación de un relato “nacional”. Clubes
de fútbol europeo visitaban regularmente Buenos Aires desde 1904, y clubes
argentinos salían de gira por Europa y América a partir de 1925. Jugadores
argentinos se convirtieron en profesionales en clubes europeos, principalmente
italianos.
Paralelamente, el Tango pasó a ser una de las músicas
preferidas de los europeos, y las orquestas argentinas y los cantantes más
populares comenzaron a salir de gira al extranjero. Buenos Aires se transformó
en la ciudad del Tango y el Fútbol. La comunidad europea les otorgó importancia
a estas prácticas, y entregó el diploma de “actividades decentes”. Es allí
donde las élites nacionales, siempre ávidas de subsumirse al pensamiento de
moda, las sumó a la lista de conductas y/o criterios consensuados dentro de las
fronteras de la civilización. Por otro lado, hubo en las primeras décadas del
siglo veinte un vínculo entre la forma de bailar el Tango y jugar al fútbol.
Por ejemplo, en el fútbol y en el Tango el movimiento de los pies
contiene un valor simbólico superlativo. El “piso” donde se baila forma parte
de la gramática del tango porque es donde se ejecuta la acción de bailar, y es
sinónimo de buen bailarín acariciar el suelo con los zapatos. En el fútbol
también se interpreta como estético y bien elaborado acariciar la pelota con
los pies. En el caso del fútbol, la tríada potrero-pibe-gambeta forjó las bases
de un estilo corporal similar al movimiento de la danza del Tango.
Así, la música de Buenos Aires y el fútbol florecieron juntos. El corte y la
quebrada se unieron a la gambeta. No faltaron los cruces entre el juego y la
música. Un dato curioso, citado por un experto en el tema deporte-cultura,
Jesús Castañón Rodríguez, revela que Raimundo “Mumo” Orsi, jugador que
defendió los colores albicelestes en el primer mundial de fútbol y que luego
fue campeón del mundo con Italia, era un eximio ejecutante de violín e
integraba una orquesta típica.
Pocos futbolistas conocieron la noche porteña
como José
Manuel “Charro” Moreno y pocos como él supieron moverse al compás del
dos por cuatro. Del otro lado, muchos músicos y cantantes eran apasionados por
el fútbol. Uno de ellos era, por supuesto, Carlos Gardel, fanático de Racing
Club, que pasaba los domingos entre los “burros” y la cancha. Y fue el
“Morocho” quien popularizó el Tango “Patadura”, cuya letra
pone en evidencia lo poco dotado que está el protagonista para jugar al fútbol
y sus ambiciones desmedidas, quiere ser un defensor como Seoane, hacer goles de
media cancha como Tarasca y “ser como Ochoíta, el crack de la afición”. Las
emociones de los jugadores, sus ilusiones, sus ansias y sus sentimientos han
sido ampliamente condensados en las letras, tanto para hacer referencia a los
futbolistas en ciernes como a las grandes figuras. Los primeros reflejan la
realidad de la estrella en el potrero que fracasa en el fútbol profesional (“Del
potrero”), la vivencia social de la lesión de una figura humilde (“La
mascota del barrio”), las ilusiones depositadas en los niños que juegan
y sueñan con ser grandes astros (“Pelota de cuero”, “Déjele,
señora”, “El sueño del pibe”) y el aspirante que se convierte en un gran
jugador (“La realidad del pibe”). Por su especial intensidad emotiva y
retrato de las ilusiones depositadas en el balón destaca el Tango
de Reinaldo
Yiso “El sueño del pibe”, que fue cantado por primera vez por la orquesta
de Osvaldo
Pugliese con la voz de Roberto Chanel. Con relación al
fútbol profesional, aparecen referencias a entidades argentinas y uruguayas que
mantienen una fuerte rivalidad entre sí. Es el caso de las discusiones sobre la
calidad de los conjuntos bonaerense de River Plate o Boca Juniors en “Domingo
a la noche” y el reflejo del ambiente entre los equipos de Montevideo
Nacional y Peñarol en “La promesa”. Otra curiosidad es la
presencia de futbolistas profesionales en las letras de los Tangos.
La preferencia es la inclusión de referentes para enmarcar la nostalgia y para
disparar las ilusiones de los jóvenes por llegar a ser estrellas. Allá por la
década del 30, el Tango comenzó a cantarles a los nuevos héroes domingueros. Así
tuvieron su Tango, Antonio Sastre y Orsi
de Independiente; “Pancho” Varallo y Natalio Pescia de Boca; José
Manuel Moreno de River; fue Bernabé Ferreyra, el mítico
delantero de la banda roja quien se llevó los éxitos más resonantes con dos Tangos
que destacaban sus dotes de goleador y su tremenda potencia física. Aunque el Tango
ya no tiene el arrastre popular de la primera mitad del siglo XX, se siguió
componiendo a los ídolos más actuales, así hubo algunas piezas dedicadas a Maradona
y Bochini.
El Tango
también supo sintetizar y transmitir las emociones, las vivencias y los sueños
que este juego genera en la gente común. Así hubo notables éxitos que tienen
como protagonistas a los chicos. Uno de ellos es “Déjelo, señora” que
retrata a un pibe que tiene “los zapatos rotos de tanto jugar”. Otro éxito en
los años 40 fue “El sueño del pibe”, el protagonista le asegura a su madre que
va a ser como Martino, Boyé, y otros cracks de la época.
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