martes, 31 de enero de 2023

Leyendas del folklore argentino (Parte 2)

 


El territorio argentino está repleto de mitos y leyendas argentinas, algunas escalofriantes y otras fascinantes. Son tantas como habitantes hay en el país. Desde el cementerio de Chacarita hasta Tierra de Fuego, son muchos los mitos que circulan entre los pobladores, especialmente en zonas rurales.

• El crespín El crespín es un ave de canto extraño que habita en el norte argentino, especialmente en los montes santiagueños. Un pájaro misterioso que tiene su propia leyenda. La historia dice que había por esos pagos un matrimonio de campesinos que se dedicaban a labrar y cultivar la tierra. El hombre -llamado Crespín- era trabajador, paciente y resignado, pero la mujer era haragana y tenía pasión por el baile. Un año de cosecha abundante, Crespín sesgaba su trigo bajo el sol de verano. Trabajaba muchas horas, y lo hacía todo él solo, pues su mujer estaba muy ocupada bailando. Un día se enfermó y pidió a su mujer que fuera al pueblo a traerle medicamentos. Le dijo que volviera pronto pues necesitaba sanar lo antes posible para seguir la cosecha. La mujer fue hacia el pueblo y vio fiesta en uno de los ranchos del camino. Se acercó y comenzó a cantar y bailar. De repente la vinieron a llamar, pues su marido había agravado y la necesitaba. Pero ella dijo que la vida era corta para divertirse y larga para sufrir. Lo mismo respondió al segundo y tercer día. Cuando finalmente le avisaron que su marido había muerto, no le dio importancia y siguió bailando. Varios días después, cuando la fiesta terminaba, volvió la mujer a su hogar y se encontró en la más terrible soledad. Lloró y lloró su pena, y por varios días y noches deambuló por los campos, llamando a su marido. Enloquecida de dolor, le pidió a Dios que le diera alas para seguir su búsqueda, y Dios la convirtió en ave. Desde entonces, es el pájaro solitario que en épocas de cosecha llama a su compañero: cres pín, cres pín.

• La estación poseída Abierta en diciembre de 1913, la línea A es la red de subterráneo más antigua de Argentina y de todo Iberoamérica. Cuenta la leyenda urbana que esa línea alberga seres fantasmagóricos. Una noche de julio de 2011 un estudiante volvía a casa y se quedó solo en el subte, entre las estaciones Pasco y Alberti. En ese momento pudo ver, según dice, a “aquellos seres fantasmales que no pudieron descansar en paz”. Durante la construcción de esa parte de la línea A, dos italianos perdieron la vida al ser aplastados por una viga. La constructora ocultó el accidente y abandonó un pequeño tramo “por cuestiones operativas”, aunque sin dar más explicaciones. En 1951, las semiestaciones Pasco sur y Alberti norte fueron clausuradas, permaneciendo activas solo las dos semiestaciones opuestas. Ese ramal se encuentra ahora abandonado y tapiado, y permanece su estado original por dentro. Desde unas rejas de ventilación se pueden observar los azulejos de las antiguas estaciones, todavía intactos y unas imperiales escaleras en la penumbra. Quién sabe si los fantasmas aún deambulan por allí.

• La Difunta Correa La Difunta Correa es un personaje mítico de nuestro país. Su nombre original era Deolinda Correa y detrás de su leyenda hay una conmovedora historia de amor y fidelidad. Luego de su muerte, Deolinda se transformó en objeto de culto y devoción. Como santa popular se le atribuyen numerosos milagros. Su santuario está en la localidad de Vallecito, provincia de San Juan. Allí es visitada cada año por miles de creyentes de todo el país, que llegan para pedir favores, cumplir promesas o agradecer por la ayuda o el milagro realizado. La historia cuenta que, mientras se vivían las luchas entre unitarios y federales, la joven Deolinda Correa estaba casada y acababa de tener a su primer hijo. Una tropa montonera pasó entonces por San Juan para robar víveres y reclutar hombres a la fuerza. A pesar del intento de resistirse, su marido fue reclutado y Deolinda quedó desamparada. El comisario del pueblo, aprovechó esta situación y comenzó a acosar a la madre y esposa. Ella decidió escapar tras los pasos de su amado esposo, llevando a su hijo en brazos. Pero, según cuenta la tradición oral, Deolinda huyó sin provisiones suficientes y a pie. Intentó seguir el camino de la tropa, pero se perdió y deambuló por los cerros hasta llegar a Vallecito, exhausta y deshidratada. Sin esperanzas, se sentó e intentó amamantar a su hijo. Ella moría de sed sin dejar de alimentar a su niño, y así la encontraron los arrieros. Su hijo seguía vivo alimentándose de sus pechos, por los cuales aún fluía la leche materna. Este es el primer milagro que se le atribuye a la Difunta Correa. La Difunta Correa se convirtió con el tiempo en una santa popular. Se levantaron pequeños santuarios por todo el país, en donde los devotos le dejan botellas de agua como ofrenda.

• La leyenda de la flor del ceibo La leyenda de la flor del ceibo cuenta que esta nació gracias a Anahí. Específicamente, cuando la muchacha fue condenada a morir en la hoguera, después de un combate entre su tribu y los guaraníes. Anahí conocía todos los rincones de la selva nativa, todos sus árboles, todos los pájaros que la poblaban, todas las flores. Y cantaba feliz en ese paisaje, con una voz tan dulce que hasta los pájaros callaban para escucharla. Pero un día resonó en la selva el ruido de las armas y hombres extraños se internaron en la espesura. La tribu de Anahí se defendió contra los invasores. Ella, junto a los suyos, luchó para impedir que aquellos extranjeros se adueñaran de su selva, de sus pájaros, de su río. Anahí fue apresada por dos soldados enemigos. La llevaron al campamento y la ataron a un poste. Pero ella rompió sus ligaduras, y en la oscuridad de la noche, dio muerte al centinela. Buscó un escondite entre sus árboles, pero no pudo llegar muy lejos. Sus enemigos la persiguieron y Anahí volvió a caer en sus manos. Culpable de haber matado a un soldado, la condenaron a morir en la hoguera. La indiecita fue atada a un árbol de anchas hojas y a sus pies colocaron leña, a la que dieron fuego. Las llamas envolvieron el tronco del árbol y el frágil cuerpo de Anahí, que pareció también una roja llamarada. Ante el asombro de los allí estaban, Anahí comenzó a cantar. Era una invocación a su selva, a la que entregaba su corazón.

Cuando se apagaron las llamas que envolvían Anahí, los soldados que la habían sentenciado quedaron paralizados. El cuerpo de la indiecita se había transformado en un manojo de flores rojas como las llamas que la envolvieron, adornando el árbol que la había sostenido.

• Gauchito Gil Existe una imagen religiosa muy popular en Argentina, que cada año es venerada por miles de devotos: Gauchito Gil. Sobre la figura de Antonio Plutarco Cruz Mamerto Gil Núñez, alias Gauchito Gil, han tenido lugar diferentes narraciones. Aunque poco se sabe de su historia, se conoce que nació en Mercedes en torno al 1840, y que fue ejecutado en el mismo punto en enero de 1878. Esta es una versión de la leyenda, en la cual se trata de dar una explicación a quién era y, también, al motivo del culto hacia este santo popular en el país. Cuenta la leyenda que, Antonio Mamerto Gil Nuñez, era un gaucho con un inmejorable dominio del falcón. Su mirada imponía a sus adversarios. Era un peón rural que participó en la Guerra de la Triple Alianza, y sufrió las consecuencias de la lucha entre hermanos. Luego batalló contra los federales, cuando fue alistado como integrante de las milicias. Un buen día, el dios guaraní Ñandeyara se manifestó en sus sueños y le advirtió: —No quieras derramar sangre de tus semejantes. Desde ese momento, el Gauchito abandonó el ejército. Su deserción lo condujo hacia su sentencia de muerte. También, fue perseguido por conquistar a una mujer que había sido cotejada por un comisario local previamente. Gauchito Gil fue capturado y colgado a un árbol de espino. Se cuenta que, antes de su ejecución, Gauchito Gil le dijo a su ejecutor: —Reza en mi nombre por la vida de tu hijo. Cuando el verdugo regresó a su casa, descubrió que su hijo estaba muy enfermo. Entonces, hizo caso a las palabras de Gil, y rezó en su nombre. De repente, su retoño se curó. Después de este suceso milagroso, el homicida de Gil rindió culto a su cuerpo. Entonces, se construyó un santuario que es visitado por muchos de sus devotos.

 Las cataratas del Iguazú En la provincia de Misiones se encuentra en maravilloso paraje de las Cataratas del Iguazú. Sobre su origen se han formado historias como esta, donde la trágica relación de amor entre dos jóvenes da lugar a un hermoso salto de agua. Dice la narración que hace mucho tiempo, los guaraníes habitaban en las orillas del río Iguazú. Allí también moraba el dios Boi, quien se encargaba de proteger a la tribu. Un buen día, la deidad conoció a Naipí, la hija del señor de la aldea. Pronto, se obsesionó con la joven y pidió su mano al padre de esta. El cacique aceptó sin consultarlo con Naipí. La muchacha estaba enamorada de Tarobá, un joven de relativo a otra tribu del sur. Así, el día de la boda, planearon escapar juntos. En la ceremonia, mientras los invitados estaban distraídos, la muchacha consiguió escapar en busca de su amado, quien la esperaba en una canoa. En cambio, Boi la persiguió y, furioso, alzó la tierra haciendo que una parte del río se elevara sobre la otra. Así formó una gran catarata que separó a Naipí y a Tarobá.

No conforme con esto, Boi convirtió al muchacho en un árbol y a la joven en una piedra, situada en el centro del río. Después, el dios se guardó en una cueva para vigilarlos eternamente e impedir su unión. Cuentan que, desde entonces, en días de lluvia y sol intenso, sale el arcoíris que une por un instante el árbol y la piedra. De esa forma, los jóvenes se unen.

• La nativa Mariana Esta narración se cuenta en el departamento de Pocito, en la provincia de San Juan. Aunque no se sabe con certeza su origen, es un relato que pudo haberse forjado durante el siglo XVII, en torno a una mujer nativa de la zona llamada Mariana. Esta narración pretende dar una explicación a cómo surgió el nombre de esta villa. Mariana es un personaje que, incluso, tiene su propia escultura en una de las plazas de Pocito. Cuenta la leyenda que, en lo que hoy se conoce como Pocito, vivió hace mucho tiempo una mujer llamada Mariana. Ella, siempre que iba a comprar, pagaba con unas pequeñas piedras de oro, y los pobladores le preguntaban de dónde las había sacado. Ella siempre respondía que las conseguía de un “pocito”. Mariana siempre iba acompañada de su perro protector. Un día, unos malhechores quisieron perseguirla para robarle las piedras y descubrir en dónde quedaba ese “pocito”. Para la sorpresa de los ladrones, el perro de Mariana les mostró sus colmillos y huyeron atemorizados. Cuentan que escucharon la carcajada de la mujer, a la cual jamás volvieron a ver por allí. Tampoco descubrieron el origen de esas misteriosas piedras.

• Uritorco y Calabalumba En la provincia de Córdoba existe un cerro llamado Uritorco. Al lado de este, transcurre el río Calabalumba, dando lugar a un hermoso paraje. Este mito argentino trata de dar una explicación a cómo se formaron ambos. En él se esconde una historia de amor imposible que se funde con la naturaleza. Cuenta la narración que, hace muchos años, en un lugar situado en lo que hoy se conoce como la provincia de Córdoba, vivió un joven indio que se enamoró de una joven a primera vista. La muchacha le correspondía, pero prefirió huir, ya que su padre era un hechicero que no aceptaría su relación. El muchacho la buscó sin descanso hasta que, por fin, consiguió citarse con ella para escapar juntos. Sin embargo, el padre de la joven se convirtió en una figura demoníaca que los perseguía sin cesar. Finalmente, los jóvenes enamorados no lograron esquivar la maldición. Ambos se transformaron: él en el cerro Uritorco; ella en el río Calabalumba, De esta forma, su amor perduró por siempre, dando lugar a un hermoso paisaje natural.

• La ciudad de Esteco En la provincia de Salta existe una leyenda sobre una ciudad desaparecida llamada Esteco. Una urbe rica y próspera, cuya existencia ha sido investigada durante años por historiadores y arqueólogos. Esta narración tiene un carácter aleccionador, puesto que pone de manifiesto las consecuencias de la soberbia, la holgazanería y la mezquindad. Cuenta la leyenda que, hace muchos años, existió una ciudad ubicada en la zona de Salta.

Los habitantes del lugar poseían muchas riquezas, hasta las herraduras de los caballos eran de plata. En cambio, sus habitantes se pasaban los días vagueando y faltando a los más desfavorecidos. Un buen día, el Sacerdote de turno les advirtió que, de no cambiar sus rutinas, la ciudad de Esteco sufriría las consecuencias de un terremoto. Así, como sus pobladores seguían con sus hábitos, la ciudad terminó destruida por un brusco seísmo.

• El volcán Lanín Al sur de Argentina, en la provincia de Neuquén, se alza el imponente Volcán Lanín. Durante años, ha sido considerado un lugar sagrado para los mapuches. Por eso, en torno a él han surgido mitos como este, donde un dios es el encargado de protegerlo. Esta narración pretende dar explicación a por qué ha permanecido apagado durante años. Dice la narración que, hace mucho tiempo, la cumbre del volcán Lanín estaba protegida por un pillán, un espíritu encargado de defender la naturaleza de los desastres provocados por el ser humano. Un buen día, algunos integrantes de la tribu Huaiquimil fueron a cazar por la zona. El pillán los estaba observando y, al ver que cazaban animales, enfureció tanto que el volcán entró en erupción. Los habitantes de lugar, atemorizados, acudieron al hechicero de la tribu, quien averiguó cuál sería la solución para tranquilizar al pillán: ofrecer la vida de la hija menor del cacique de la tribu. La joven se llamaba Huilefún, era una muchacha muy querida por todos. El joven Quechuán, el más valiente de la tribu, debía llevarla hasta la cima. La muchacha, resignada, aceptó dar su vida para salvar a su pueblo. Quechuán acercó a la joven al lugar cargándola sobre sus hombros. Pronto, un cóndor agarró a la Huilefún con sus garras y la elevó hasta lanzarla al interior del cráter. Finalmente, una nevada copiosa apagó el volcán. Cuentan que, desde ese momento, Lanín permanece callado, ocultando a la bella muchacha en su interior.

• La Piedra movediza de Tandil En la ciudad de Tandil, en la provincia de Buenos Aires, se situó durante años una gran roca de granito. Esta se encontraba al borde de un cerro, logrando permanecer en equilibrio hasta el 29 de febrero de 1912, cuando se precipitó al vacío. Esta historia trata de dar una explicación a cómo llegó la piedra a ubicarse allí. Cuenta la narración que, en tiempos muy lejanos, los habitantes del Sistema de Tandilia creían que el Sol y la Luna habían creado la Tierra y, más tarde, al hombre. Desde entonces, el Sol y la Luna eran adorados como dioses. Un día, los pobladores notaron que el Sol se iba apagando y apenas daba luz. Pronto, se percataron que en el firmamento había un Puma que, celoso por la adoración que los hombres mostraban a su dios, estaba apresando al Sol. Al enterarse de esta situación, los pobladores se alertaron y prepararon flechas que lanzaron sin cesar al cielo. Finalmente, una flecha alcanzó al Puma, que se desplomó al suelo agonizando. La Luna quiso aminorar su dolor y le arrojó piedras para cubrirlo. De esta manera, se formaron las Sierras del Tandil. También, el Sol volvió a recuperar su brillo.

Dice la leyenda que, en la punta de la flecha que traspasó el cuerpo del Puma, cayó una enorme piedra de granito que se posó por años en equilibrio en lo alto del cerro. Desde entonces, cada vez que salía el Sol el Puma se enojaba tanto que la piedra se movía.

• El Hornero El Hornero es un ave que se extiende por diferentes hábitats de América del Sur. En Argentina se ha divulgado un conocido mito, de origen guaraní, en el que el surgimiento de este reconocido pájaro se debe a una historia de amor. Cuenta la historia que, un cazador llamado Yahé se acostó a dormir tras una dura jornada. Reposó durante un rato a la orilla del río. Al despertar, ya por la noche, se encontró con la hija del cacique de la tribu. Ambos jóvenes se miraron y, al instante, se enamoraron. Al ser la hija del cacique, había una antigua tradición para quienes desearan obtener su mano: participar en una competencia durante las fiestas de la cosecha. Yahé no dudó en participar, pero había muchos contrincantes. Tras dos pruebas muy duras, Yahé y otro muchacho llamado Aguará competían en la prueba final. En ella, el cacique y los ancianos del pueblo los enrollaron en cueros de yaguareté mojados y los ataron a cuatro estacas. Los aspirantes tenían que permanecer quietos durante nueve días, sin apenas alimento. Aguará aguantó tres días y se rindió. Al llegar el noveno día, quitaron los cueros que cubrían el cuerpo de Yahé, el ganador. En cambio, todos quedaron atónitos al descubrir que su cuerpo estaba encogiendo hasta que se convirtió en un hornero. De repente, el pájaro voló hasta posarse en un árbol, donde construyó un nido. Al enterarse de la noticia, la joven le pidió al dios Tupa, que la convirtiera en pájaro. Así fue como los amantes se encontraron, convertidos en una nueva especie de ave: los horneros.

• La flor de Irupé Hay una leyenda guaraní que cuenta el nacimiento de la flor del Irupé. Según narra, Irupé era una joven muy bella, que amaba a la luna y la veía como un muchacho hermoso. Trepaba a los árboles para extender sus brazos lo más alto que estuviera a su alcance y de esa manera tratar de abrazar a su amor imposible. También subía a montañas y peñascos, todo lo que hiciera falta para conquistarlo. Como nunca llegaba, la joven guaraní enloquecía lentamente. Una noche, Irupé vio su imagen reflejada en el río y notó que detrás de ella, pero muy cerca, estaba la luna. Se tiró al agua para poder, por fin, tener a su ser amado en los brazos. Se hundió y las corrientes se la llevaron. Nunca más regresó. Tupá, el dios del bien para los guaraníes, se compadeció de ella y la convirtió en una planta con forma de luna, enorme y majestuosa, que siempre mira hacia el cielo, conectándose con su amor ideal. De noche, cuando lo tiene al alcance, guarda sus flores, pero de día, cuando no puede verlo, las despliega para lograr que, al caer la tarde, su amor vuelva por ella, encandilado por su belleza.

• Flor del Mburucuyá La historia detrás de la simple flor es realmente sorprendente y atrapante. Mburucuyá era una doncella española, hermosa mujer de elegancia notable que había llegado a tierras de los guaraníes con su padre que era capitán. Mburucuyá no era el nombre de la joven, pero si se lo conocía al joven guaraní enamorado como “mburuvichá”. Estos jóvenes amantes se enamoraron y se veían a escondidas del capitán, que de enterarse del romance nunca hubiera aceptado semejante realidad, que su hija se casara con un hereje considerado enemigo. Ante esto, los jóvenes comenzaron a comunicarse a través del sonido de una flauta. Prolongado en el tiempo, el padre de la muchacha eligió quien sería el futuro esposo de su hija; aunque éste la amaba y requería ella jamás sentiría algo por él ya que, estaba enamorada del joven indio. Negándose a casarse con él, a Mburucuyá las excusas no le valieron para justificar su decisión.    Continuaron viéndose a escondidas, cuando la noche asomaba y las sombras de la guarnición española lo presenciaban. Aunque la muchacha no podía salir todas, porque resultaba más difícil burlar la vigilancia de su padre, el guerrero guaraní todas las noches la esperaba y soplaba su flauta para que notara que estaba allí y esperaba verla. Una noche de pronto, no llegaron más a sus oídos los sonidos de la flauta. Ella lo busco a la noche siguiente, pero no lo encontró. Las noches siguieron y siguieron, y no había rastro del joven ni de sus melodías en su flauta rustica. La angustia la invadió, la tristeza lleno su corazón y el dolor se adueñó de su expresión. Una tarde, cuando ella se encontraba contemplando el paisaje se acercó una anciana india que le daría una triste noticia. Ella era la madre de su amado que fue asesinado por su padre, el capitán, quien pensó que matando al joven se terminaría el amor entre ellos; lo que no sucedió. Mburucuyá decidió acompañar a la anciana hasta el lugar donde estaba el cuerpo de su amado. Allí cavo una fosa, dejo el cuerpo allí y luego con una flecha que él le entrego días atrás, se quitó la vida quedando en ese lugar el cuerpo de ambos enamorados juntos en la fosa. La anciana sepulto sus cuerpos, y fue la primera testigo de observar como florecía por primera vez en ese lugar una planta nueva nunca antes vista. Aquella flor fue bautizada como “Mburucuyá”, y cuentan los lugareños que en ella se ven los atributos de la pasión, “aquel que murió por el amor de ellos”, conocida como la Flor de la Pasión.

• Leyenda de la yerba mate Una noche, Yací la luna, con Araí la nube, descendieron a la Tierra en forma de hermosas mujeres. Fascinadas por la belleza de la selva paraguaya, recorrían los sinuosos senderos entre la vegetación, cuando de pronto, las sorprendió un yaguareté que amenazaba lanzarse sobre ellas. Atemorizadas quisieron huir, pero la fiera les cortó el paso con un ágil salto. Yací y Araí quedaron paralizadas de horror y ya la fiera se abalanzaba sobre ellas, cuando en el mismo instante en que daba el salto, una flecha surcó el aire, hiriéndola en un costado.

Un viejo que en ese momento andaba por el lugar vio el peligro que corrían las dos mujeres y sin pérdida de tiempo disparó la flecha. Pero la fiera no había sido herida de muerte y enfurecida se abalanzó sobre su atacante, que con la destreza del mejor arquero, volvió a arrojarle otra flecha que le atravesó el corazón. El peligro había desaparecido. Yací y Araí habían recobrado sus primeras formas y ya estaban en el cielo convertidas en luna y nube. Entonces el viejo volvió a su casa pensando que todo había sido una alucinación. Sin embargo, esa noche mientras descansaba, Yací y Araí aparecieron en su sueño y después de darse a conocer, agradecidas por su nobleza, le hicieron un regalo. En sueños le explicaron que cuando despertara, encontraría a su lado una planta, cuyas hojas debían ser tostadas para hacer una infusión. Esta bebida reconfortaría al cansado y tonificaría al débil. El viejo despertó y, efectivamente, vio la planta a su lado. Cosechó sus hojas y las tostó, tal como le habían dicho Yací y Araí. Aquella infusión era el mate, una bebida exquisita, símbolo de amistosa hermandad entre los hombres, hasta el día de hoy.

• La Mutisia La Decurrons, la flor de Neuquén, es también llamada mutisia naranja, clavel del campo de hojas largas y para el pueblo mapuche, Quiñilhue. Este pueblo tiene una singular leyenda inspirada en esta planta que se desarrolla en la zona del volcán Lanín, donde existían dos comunidades que, por ciertas diferencias antiguas, se guardaban mucho rencor. Según se cuenta, esta disputa nació un día en que el hijo del jefe de una de las comunidades se enamoró de la hija del jefe del otro grupo, pero mantuvieron el vínculo en secreto. Una noche, la machi, que es la autoridad religiosa, en medio de una importante ceremonia de su pueblo escuchó el graznido del Chiuqui ñi pun, chimango de la noche, algo que significaba malos presagios. Ante esta señal, observó a su alrededor y vio que la hija del jefe escapaba sigilosamente con el hijo del Longco enemigo. La machi tras consultar a sus dioses decidió avisar al jefe y estos fueron tras la pareja, apresados, juzgados y condenados a morir. En el lugar donde fallecieron, al día siguiente, habían nacido unas flores de pétalos anaranjados a las que les dieron el nombre de quiñilhue o la flor que produce una enredadera que se abraza y trepa por los árboles, tal como lo hicieron estos jóvenes enamorados.

• El Cachirú Este mito sin la difusión de otros como la mulánima o el duende es descrito por Adolfo Colombres en su Seres sobrenaturales de la Cultura Popular Argentina. También se lo llama Cachurú. Es representado como una gran lechuza, de color gris oscuro y de poderosas garras, tiene ojos luminosos que denuncian su vuelo nocturno y silencioso. Eventualmente se oyen sus fuertes graznidos. Ataca a las personas, elevándolas con sus poderosas garras y destrozándolo, le come el alma para convertirlo en un fantasma.

Muy rara vez se lo oye o ve en campo abierto, su zona preferida son los tupidos montes, en donde es casi imposible el acceso. Se tienen referencias de sus apariciones en Mailín, Santiago del Estero.

• Puente del Inca Cuenta la leyenda que hace muchísimos años, el heredero del trono del imperio inca se debatía entre la vida y la muerte, siendo víctima de una extraña y misteriosa enfermedad. Las plegarias, rezos y recursos de los hechiceros nada lograban y se desesperaban por no poder devolverle la salud. El pueblo amaba intensa y entrañablemente a su príncipe, invocaba a sus dioses y realizaba sacrificios en su honor. Fueron convocados los más grandes sabios del reino, quienes afirmaron que sólo podría sanarlo el maravilloso poder del agua de una vertiente, ubicada en una lejana comarca. Los habitantes partieron en numerosa caravana, vencieron infinidad de dificultades, marcharon durante meses en que veían agotadas sus fuerzas, y un día se detuvieron ante una profunda quebrada, en cuyo fondo corrían las aguas de un río tempestuoso. En el lado opuesto, estaba el codiciado manantial, pero… ¿cómo hacer para llegar a ese inaccesible lugar? Meditaron durante mucho tiempo, tratando de buscar una forma de arribar hasta las milagrosas aguas, pero todo fue en vano. Cuando ya la desesperación los dominaba, aconteció un hecho extraordinario: de pronto se oscureció el cielo, tembló el piso granítico y vieron caer, desde las altas cimas, enormes moles de piedra que producían un estrépito aterrador. Pasado el estruendo y más calmados los ánimos, los indígenas divisaron asombrados, un puente que les permitía llegar sin dificultades hasta la fuente maravillosa. Transportaron hacia ella al príncipe, quien bebió de sus aguas y muy pronto recuperó la salud. La omnipotencia del dios Inti, el sol, y de Mama?Quilla, la luna, habían realizado el milagro. Así surgió, según la leyenda, ese arco monumental de piedra que recibió el nombre de Puente del Inca, que se levanta custodiado por el Aconcagua, rodeado por la imponente belleza de los Ande

• El Calafate Una antigua leyenda tehuelche recuerda a Koonek, la anciana hechicera de la tribu, que estaba demasiado agotada para continuar caminando hacia el Norte; el invierno estaba próximo y había que buscar lugares donde no faltara caza. Como era habitual en esos casos, se le construyó un buen Kau y se le dejo abundante comida; pero seguramente no le alcanzaría para todo el invierno. Para esa época no existían los calafates. Quedó totalmente sola; hasta los pájaros emigraron con la llegada de las primeras nieves, pero ella subsistió inexplicablemente. A la llegada de la primavera se asomaron las primeras golondrinas, algunos chorlos y algunas inquietas ratoneras. Koonek les increpó la actitud de haberla dejado sola, sumida en el silencio; a lo que las avecillas respondieron que ello se debía a que durante el invierno no tenían dónde resguardarse del viento y del frío y además el alimento era escaso. Koonek sin salir del toldo, les respondió: “desde ahora en adelante podrán quedarse, tendrán abrigo y alimentos.”

Cuando abrieron el toldo, la anciana hechicera ya no estaba, se había convertido en una hermosa mata, espinosa, amarilla y de perfumadas flores, las que al promediar el verano ya eran moradas frutas de abundante semilla. Los pajaritos comieron su fruto y los tehuelches desparramaron las semillas de Aike en Aike. Ya nunca más se fueron las aves y las que se habían ido, al enterarse, regresaron. Por eso, dice la leyenda, el que come calafate vuelve.

• Leyenda de la Umita Según cierta tradición la Umita era una mujer joven. En su versión fantasmagórica, sale a pasear con la cabeza separada de su cuerpo. La bruja se divide en dos: la cabeza voladora, donde se concentra toda su vida, y el cuerpo, que permanece inerte mientras dura el hechizo, pero mantiene una vida latente que se manifiesta en el burbujeo que hace la sangre en el cuello. Sus salidas son siempre de noche, para algunos las noches de luna llena, para otros algunos días especiales (viernes, martes, jueves).  Su grito más frecuente es waq... waq..., parecido al pato. Come excrementos humanos que confunde con manzanas. Tiene los cabellos largos y enredados.  Se dice que se acerca a los caminantes, no para agredirlos, sino para pedirles ayuda, que consiste en elevar oraciones a fin de lograr perdón y su tan esperado descanso. Por las razones explicadas, nadie ha podido contar el motivo del horrendo sufrimiento, aunque sí se acepta que pena por un castigo. Pero hasta ahora no ha logrado su objetivo, porque cuando se acerca a sus víctimas para pedir ayuda, estos salen velozmente asustados por los horribles chillidos que emite.  Si algún hombre vence el miedo y logra escuchar lo que la Umita habla, no la entenderá ya que sus chillidos son incomprensibles. Nadie ha conseguido entender lo que ella dice. Afirman los pobladores, que en todos los casos, al llegar la madrugada se convierte en un toro o ternero, y allí ella cuenta el motivo de su sufrimiento y la causa de su castigo eterno. El problema es el que ya explicamos. Todo aquel que pueda escuchar la confesión de este ser se vuelve mudo y, de esa manera, se conserva el secreto para siempre.

 

 






















 


 


 


























 

 

 

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