Se supone que el origen del Kajelo se remonta a la época de la rebelión de Tupac Amaru, en que los yanaconas y los comuneros, bautizados Karabotas, imitaban las botas finas de los españoles. Esta danza es una de las más representativas del folklore de Puno, Perú, nacida en la zona aimara de este departamento.
Etimológicamente la palabra kajelo (qalixu), proviene de las
voces aimara kajo (joven) y jelo (coqueto, enamorado), entonces significa joven
coqueto y lleno de energía, capaz de enfrentar situaciones de pruebas
difíciles. El kajelo tiene sus orígenes en la época de la minería colonial del
siglo XVII, sobre todo en el altiplano puneño, donde tomó mayor importancia, ya
que los puneños utilizaban como medio de transporte los caballos. Llegaron a
esa zona de la cordillera en busca de oro, logrando su objetivo en diferentes
partes. Al dedicarse a la actividad minera, dejaron a los habitantes del lugar
al cuidado de sus caballos, muchos de los cuales murieron y otros se
reprodujeron en esas alturas, resultando dichos animales aclimatados a su nuevo
hábitat cordillerano, resultando caballos de mediana estatura, resistentes, de
pasos galopantes y de pelo encrespado, al que se denomina Chojjchi Porq,
utilizado por los kajelos en los viajes, en sus actividades comerciales por los
valles de Moquegua. En sus andanzas de amoríos y pastoreo, el caballo se
constituyó en el compañero inseparable del hombre, quien lo maneja hábil y
diestramente, en la conquista de su pastora o la hermosa tawaqu (muchacha),
expresándole lo más profundo de su corazón. Acompañado de su encantador
chillador (charango) y al son de bellas melodías de amor embrujado que a
cualquiera emociona y llena de alegría en las noches frías de San Juan.
Es así
como el kajelo se origina desde el tiempo de los españoles sobre todo en la
zona de Pichacani. Se dice que para el origen del Kajelo, ha contribuido la gran feria
internacional de entonces, la festividad de la Virgen de la Natividad del 8 de
septiembre de cada año. Allí concurrían comerciantes llegados de Argentina (los
tucumanos), de Chile, de Bolivia (los chuquiagos), de Arequipa (majeños), cuyos
arrieros llevaban y dejaban caballos en la zona de Pichacani, los que fueron
utilizados por los aborígenes en rodeos de las haciendas, vistiendo
indumentarias novedosas en ese entonces, como son los rozadores, laceadores,
sombreros a ña pedrada (parte frontal levantada), las espuelas y otras
costumbres, en especial de los tucumanos. En consecuencia, el Kajelo
es un singular jinete cordillerano, fuerte, aguerrido y actúa solo. Si bien el Kajelo
tuvo su origen en Pichacani, luego se irradió a todo el mundo aimara, y más
tarde, al resto del país. Como baile, es una danza cordillerana mixta, que se
baila en parejas, de aire pastoril amoroso, machista, costumbrista, erótico,
mágico, burlesco, ritual, etc., cuya manifestación expresa los sentimientos de
amor que nacen del joven andino en la conquista de la chola o moza, con su
inseparable chillador o charango encantado. Se suelen improvisar versos
amorosos y no es raro que con anterioridad se haya “sirenado” el charango. Se
trata de una ceremonia que consiste en dejar dicho instrumento a orillas de un
lago de montaña, donde suele haber una cascada, desde la medianoche hasta el
amanecer, mientras un espíritu llamado “sirena”, templa el instrumento, de
manera que se haga irresistible a los oídos de las muchachas. La vestimenta de
los hombres para esta danza consiste en: sombrero negro, bufanda o chalina
blanca, saco color chixi (blanco con negro), poncho color nogal con franja
color azul, camisa de bayeta blanca, lazo o reata trenzada de cuero, pantalón
negro, rozadores de cuero, con 30 o 50 hebillas a los lados, y zapatos de cuero
de caña alta. Por su lado, las mujeres usan sombreros negros de lana, una
especie de manta de colores, jubón o chaqueta negra adornada con hilos de
colores, aguayos cruzando el cuerpo, polleras de bayeta, faja multicolor y
ojotas o sandalias.
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