Tras siglos de olvido, la recuperación del teatro en el Occidente medieval, tuvo principal apoyo en el clero. La introducción de la representación dramática supuso la forma más interesante y seguramente la más sorprendente con la que la iglesia medieval agrandó y embelleció su liturgia.
Cuando aparecieron los primeros ensayos de un arte teatral tal como se entiende
actualmente, hacía muchos siglos que estaban presentes y más o menos
desarrollados en la liturgia los cuatro elementos del teatro: el literario, el
musical, el mímico y el escénico. En efecto, la más antigua liturgia muestra
estos elementos mediante la forma dialogada de los responsorios, las canciones
correspondientes, la ceremonia simbólica y los aparatos alusivos. Durante los
primeros decenios después de Cristo, las liturgias iniciales todavía inciertas,
que los apostólicos indicaban a los diversos grupos de fieles que iban
reuniendo, utilizaban oraciones y los cánticos de las sinagogas, excepto en la
evocación del sacrificio divino. Posteriormente, con la extensión de la
Evangelización por toda Europa, el repertorio musical litúrgico se enriqueció
con nuevos cantos recogidos de las diversas tradiciones locales. Los
investigadores de manuscritos medievales han descubierto algunas piezas
dialogadas en latín, que imitaban, como ejercicios escolares, a autores latinos
clásicos. Se conservan las seis novelas moralizadoras de la monja Hroswitha de
Gandersheim, que imitan la técnica y estilo de Terencio. Escritas para ser
leídas, no tuvieron ninguna resonancia en el teatro de la época. A esta
tradición pertenece el “Pánfilo de amore”, que conociera el Arcipreste de Hita.
La liturgia cristiana necesitaba un medio para dar a conocer el mensaje bíblico
de las fiestas y misterios de la creencia cristiana, y más teniendo en cuenta
que en el siglo IX ya no se entendía el latín eclesiástico. Entonces, el clero
medieval vio en la representación de “misterios” y “milagros” un instrumento
apropiado para explicar con sencillez la religión y sus misterios. El diálogo
entre pueblo y celebrantes se intensificó en la liturgia medieval con la
intercalación de los Tropos en los oficios divinos, fenómeno propio de la época
carolingia.
Los Tropos, variedad de canto antifónico, exigían una alternancia
entre las voces de los participantes en los oficios que, con frecuencia, tenían
un marcado carácter dramático, como el famoso “Quem quaeritis”,
dialogado entre el ángel que guarda el sepulcro de Cristo y las tres Marías. Se
considera que el Drama Litúrgico tuvo su origen en los Tropos, que comenzaron a
tener estructura musical en algunas de las más importantes fiestas litúrgicas,
como Pascuas y la Navidad. El uso más antiguo de los Dramas Litúrgicos se localiza en el
siglo IX, en la abadía de San Galo (Suiza) y de ahí se difundió por toda
Europa. El concepto de Drama Litúrgico surgió cuando se
pasó de cantar simplemente un breve texto a acompañarlo de una pequeña
representación alrededor del altar. Estos embriones de Dramas Litúrgicos, tenían
ya la vocación didáctica que supone el uso de la mímesis (imitación de gestos)
y la existencia de un destinatario. Las primeras representaciones conocidas son
las del llamado “Quem quaeritis” o “Visitatio Sepulchri”, asociados con
las celebraciones de la Vigilia Pascual. Se dispersó por toda Europa occidental
en los siglos X y XI. La primera noticia de éste Drama Litúrgico en la
Península Ibérica se dio en unos breviarios de finales del siglo XI del
Monasterio de Santo Domingo de Silos. Además del “Quem quaeritis”, otros Dramas
Litúrgicos de la época son: “El Officium Pastorum”, que
representa la adoración de los pastores al Niño Jesús y supone la
representación más antigua relacionada con la Navidad; “El Ordo stellae”,
relacionado con la visita de los Reyes Magos o Epifanía; “El Ordo prophetarum”,
representación en que los profetas del Antiguo Testamento anuncian la venida de
Jesucristo. En ocasiones se añaden también las figuras de Virgilio y la Sibila;
“La
Depositio”, dramatización de la deposición del cuerpo de Jesús en el
sepulcro el día de Viernes Santo. La pieza que con mayor presencia se ha
rastreado en la península ibérica es el llamado “Cantus sybillae” o “Iudicium
signum”, como parte del primitivo “Ordo prophetarum”, con textos tanto
en latín como en lenguas vulgares.
En su argumento, la Sibila profetiza la
llegada del Juicio Final. Se desarrolló particularmente en los territorios de
lengua catalana: se conocen versiones en Barcelona, Valencia, Montpellier,
Palma de Mallorca, Lluchmayor, entre otros. También se dio en territorio
castellano: las más famosas fueron las de Toledo, Córdoba y León. El Drama
Litúrgico se fue desarrollando en los dos siglos siguientes, con varias
historias bíblicas en las que actuaban monaguillos y jóvenes del coro. Al
principio bastaba con las vestiduras propias para la celebración de la misa y
las formas arquitectónicas de la iglesia como decorado, pero pronto se organizó
de un modo más formal. Las bases del escenario físico eran denominadas
“mansión” y “platea”. La mansión consistía en una pequeña estructura escénica,
un tablado, que sugería de forma simbólica, un lugar en concreto, como el
Jardín del Edén, Jerusalén o el Cielo; y la platea era un área neutra frente a
la mansión, que era utilizado por los actores para la interpretación de la
escena. Aunque la Iglesia animó en sus inicios al Drama Litúrgico, dadas
sus cualidades didácticas, el entretenimiento y el espectáculo fueron
imponiendo su hegemonía, por lo que la Iglesia mostró sus recelos sobre el
teatro. No queriendo renunciar a sus efectos beneficiosos, la Iglesia zanjó la
cuestión trasladando la representación al exterior del edificio. Se creó la
misma disposición del espacio físico en las plazas de mercado de las ciudades.
Sin deshacerse de su contenido e intencionalidad religiosa, la producción
progresivamente fue haciéndose más secular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario