El arribo de los africanos a nuestro continente “no se efectuó merced a una migración voluntaria y pacífica”, fueron arrancados de sus territorios sin piedad ni contemplación por parte de la Corona Española para ser sometidos al régimen de la servidumbre involuntaria.
Sin embargo, la fecha exacta de la
llegada de los esclavos a Buenos Aires es poco clara. Relatos de la expedición
inicial de Pedro de Mendoza en 1534 apuntan la presencia de esclavos africanos,
pero no es claro si estos esclavos se quedaron en Buenos Aires por algún
tiempo. Según las investigaciones y pesquisas en el Archivo General de la
Nación, en la Argentina convivieron dos corrientes etnoculturales provenientes
del África. Una, la representada por los negros bantúes, procedentes del Congo,
de Angola y aún de Mozambique, y la personificada por los sudaneses. Sin
embargo, de todas las culturas africanas importadas a América prevalecieron las
culturas bantúes. En la zona del Congo, desde la que venían abundantes
cargamentos de esclavos al Río de la Plata, se efectuó una simbiosis entre las
culturas bantúes, las sudanesas y las guineo-sudanesas islamizadas. La primera
presencia permanente de esclavos africanos en Buenos Aires vino después del
comienzo de la época del Asiento en 1595. Este fue uno de los métodos que
utilizó España para cambiar esclavos y consistía en que España otorgaba un
contrato monopólico al aplacante exitoso para proveer las colonias con un
número de esclavos específicos anualmente. Así, el Rey de España otorgó el
primer Asiento relacionado a Buenos Aires a Pedro Gómez Reynal en 1595 bajo el
cual podría traer 4250 esclavos cada año, pero no más de 600 podían ser
destinados al Río de La Plata. El derecho para importar esclavos a Buenos Aires
pasó por el control de distintos individuos y compañías durante los años.
Sin
embargo, los datos sobre las importaciones de esclavos a Buenos Aires son de
poca confianza ya que el antropólogo Reid Andrews, cita el hecho de que entre
1598 y 1609, 1.100 esclavos entraron a Buenos Aires ilegalmente y también que
de los 12.788 esclavos que entraron a Buenos Aires desde Brasil entre 1598 y
1609, solo 288 fueron legales. Si consideramos éstas proporciones, es fácil
imaginar que los oficiales del imperio no supieron exactamente los números de
esclavos que estaban entrando por el puerto de Buenos Aires. El primer censo de
Buenos Aires fue realizado por Vertíz y Salcedo en 1778 y contó 4.115 negros y
3.153 mulatos, en una población total de 24. 205. Lo que resulta un porcentaje
total de afroadescendientes, un poco más del 30%. En el siglo XIX, el
intercambio de esclavos terminó en 1807 después de que EEUU aprobó una ley que
prohibía a las naciones de América participar en el cambio de esclavos, pero
éste cambio continuó ilegalmente por pocos años hasta la revolución de 1810. El
primer paso en la abolición oficial de la esclavitud en la Argentina fue en
1813 cuando el Congreso aprobó la Ley de Vientres que decía que los esclavos
seguirían en esa condición, pero todos los hijos de estos, después de 1813, serían
libres. Sin embargo, la condición de la población negra no cambió mucho, aunque
empezaba a tener un grado de autonomía económica.
Según el ya citado estudioso
Adrews, las condiciones después de 1850 para los afrodescendientes fueron
favorables debido a la integración y el avance social de las personas negras en
la sociedad de la ciudad. Además, el servicio militar se erigía como
oportunidad de ascenso y movilidad social para los afroargentinos. Es decir, si
bien fue una alternativa peligrosa, se configuró sin embargo en una ruta
poderosa a la libertad y poder social. En las guerras de independencia, hubo
una alta mortalidad de los hombres negros y está reflejada en las proporciones
de género en el censo de 1822. Según este censo, había en Buenos Aires 5.873
varones (pardo y negro) y 7.812 mujeres (pardo y negro), lo que resulta así en
un porcentaje de hombres de 43% de toda la gente de color. Sin embargo, esto no
es lo bastante fuerte para destruir a la población negra. Ya en 1869, la
población negra de Buenos Aires, era un 54.5% hombres y 45.5% mujeres. El
efecto más poderoso que el servicio militar tenía para la población negra era
la mezcla de la población. Como dice Cowles, “después de las guerras, el
descenso de las proporciones de género de los censos forzó la mezcla de las dos
razas, y las fuerzas del racismo no eran tan fuertes como para vencer el deseo
sexual y el casamiento interracial”. La comunidad negra gozó del apoyo del
gobernador Rosas durante su gestión por lo cual sus expresiones culturales (el Candombe
entre tantas) tuvieron un auge considerable, pero ésta situación se iría
revirtiendo al comenzar el proceso de Organización Nacional luego de la caída
de Rosas en la Batalla de Caseros. La población negra disminuyó durante el
siglo XIX debido a que perdió en porcentaje frente a la inmigración europea. Con
la ley promulgada por la constitución de 1853 de fomentar la inmigración
europea en búsqueda de la Argentinidad blanca y con los consiguientes cambios
en la reclasificación demográfica, se minimizó la proporción de la negritud en
el territorio. Los discursos hegemónicos atribuirían la gradual disminución (y
luego la supuesta desaparición de los mismos) a la guerra del Paraguay en 1865
y la fiebre amarilla. En el censo de 1869 hay 263 hombres negros y 219 mujeres
negras.
Como dice el historiador Cowles, “si la guerra hubiera tenido un efecto
fuerte en la población, podríamos verlo en las proporciones de género, cosa que
no ocurre”. Con respecto a la fiebre amarilla, habría sido imposible para una
epidemia matar este porcentaje de la población. Después de esto, la categoría
de “negro” desapareció. 1869 fue el último año en que se contó negros y 1887
fue la última vez que se mencionó ésta categoría. La población afro fue
marginada desde una visión eurocentrista donde todo rasgo cultural cuyo
abolengo fuera ajeno a dicho continente era minusvalorado o directamente
negado. Actualmente, en el consenso público y en muchos académicos están
ancladas tres ideas: que en nuestro país ya no hay negros, que a los pocos que
hubo se los trató bien, y que no efectuaron aportes sustanciales a la cultura
nacional. Desde los mismos censos se trató de invisibilizar a ésta población
con las categorías fenotípicas como ser: “trigueño”. Ésta se utilizaba durante
el siglo XIX para denotar que una persona tenía tez oscura pero no
necesariamente indicaba que tenía ancestros africanos, como sí sucedía con las
palabras mulato o pardo. Los afrodescendientes participaron de la gestación y
desarrollo del Tango en calidad de pianistas, guitarristas, flautistas,
mandolinistas, clarinetistas y violinistas. También improvisaban en la
armónica, en el peine envuelto en papel de seda o en la concertina. En las
casas de “ambigua fama” y en las academias de baile regenteadas por negras,
mulatas o zambas se destacaron como eximios bailarines con sus figuras, mímicas
y mudanzas a la africana.
Desde los tiempos pre-tangueros se evidencia la
presencia de la población afro como precursora de este género musical y
dancístico. Bailarinas y propietarias de academias como la parda Carmen
Gómez, la Morena Agustina, Clotilde Lemas y el pianista el “Pardo
Alejandro” son algunos de los tantos nombres. Ya en los inicios del Tango
se puede nombrar a diversos maestros negros que dictarían lecciones de instrumentos
a no pocos tanguistas que luego saltarían a la fama en el país y en el
exterior. Por ejemplo, el bandoneonista Vicente Greco fue alumno del
legendario músico afroargentino Sebastián Ramos Mejía, también
conocido como “El Pardo Sebastián”, se trata de un nombre que tiene su
importancia puesto que comparten con Antonio Francisco Chiappe la gloria
de haber sido los primeros en tocar Tangos en el bandoneón. Por otro
lado, Enrique Saborido fue discípulo de Rosendo Mendizábal, autor
del clásico tango “El entrerriano”, el primer espécimen tanguístico de 1897. Otros
músicos afroargentinos que tuvieron una labor destacada en el género tanguero fueron
Casimiro
Alcorta, Jorge Machado, Facundo Laprida, Leopoldo
Thompson, Cayetano Alberto Silva, etc. Tal vez resultan harto conocidas
las tesis que adscriben un origen negro al Tango ya sea desde el mismo nombre Tango,
que autores como Cáceres consideran que es “de origen bantú”, y que “federaba
todo lo negro en América latina” consignando a continuación que, de acuerdo a
ciertos africanistas parisinos, Tango (o “shango”) significa
“tambor” o “lugar de esclavos”.
Otras enfatizan en la relación con la danza Candombe
con sus cortes, quebradas, o su matriz rítmica. Las letras del Tango
donde se evidencia la referencia a la negritud pueden clasificarse como: • El
tiempo rosista: el favoritismo que los negros tuvieron durante el período
rosista por parte del poder. Este es un tópico discursivo que se ancla en el
pasado para evocar tiempos de esplendor. Ésta temática fue especialmente
cultivada por la dupla Maciel-Blomberg: “La
Mazorquera de Monserrat”, “La guitarrera de San Nicolás”, “La
canción de Amalia”, “La pulpera de Santa Lucía”, “Tiranía
unitaria”. Hay otras obras en las que lo negro es el eje como ser “El
barrio del tambor”, “Rosa morena”, “China de la Mazorca”, “Sangre
Federala”, “Triste febrero”. • El negro como epítome de alegría: muchas
veces los negros son mostrados como predispuestos al baile y la diversión,
inclusive dejando entrever en dicha conducta cierto carácter infantil, alguna
insuficiencia mental o posesión diabólica: “El candombe”, “El
negro alegre”, “Alma de moreno”, “San
Domingo”, “Siga el baile”. • La desaparición del negro: hay letras de
carácter evocativo-lastimero que presentan al negro como un grupo en vías de
desaparición cuyos últimos representantes apenas si mantienen sus tradiciones
candomberas en barrios otrora característicos por ese son: “Azabache”,
“Negra
María”, “Alhucema”, “Tango negro”, “Tocá tangó”, “El
barrio del tambor”. • El Candombe es uno de los tópicos más
recurrentes. Esta danza es tratada como sinónimo de alegría salvaje,
quintaesencia de la negritud y epítome de desenfreno que se presta para
describir situaciones festivas donde lo sexual nunca está ausente: “Azabache”,
“Jerundia”,
“El negro alegre”, “Tango
de los negros”, “Baile de los morenos”, “Candombe
de los morenos”, “El barrio del tambor”, “Candombeando”.
• Lo negro como un extraño mundo: algunas obras describen costumbres-reales o
inventadas, de los negros. Este tópico es especialmente interesante en cuanto
toca aspectos propios del grupo, como sus creencias sincréticas con el
catolicismo y las ancestrales traídas de África. Aunque no son necesariamente
peyorativas, el exotismo juega más a favor del misterio y del temor que por la
reivindicación de un grupo culturalmente diferente: “Milonga en negro”, “Seis
de enero”, “Alhucema”, “Tabú”, “Munyinga”. • El negro en
Buenos Aires. Los afroporteños estuvieron especialmente conglomerados en
ciertos barrios del sur del a ciudad como San Telmo y Monserrat. Sobre éstos y
sus habitantes versan algunas obras escribiendo cómo era la vida en sus otrora
bulliciosas y alegres calles: “San Telmo te vio nacer”, “Barrio
viejo del 80”, “Candombe de Monserrat”, “Seis
de enero”, “La llamaban Carbón”, “Mariana”. • La mujer negra. La
temática amatoria se presenta desde dos ángulos: la seducción de la mujer por
un lado (“Azabache”, “Jerundia”, “Pastelera”, “Alhucema”,
“Mulatada”,
“China
de la Mazorca”, “Liberata”, “Olvidemos el color”, “Trenzas
negras”) y el desengaño amoroso, de mujeres y hombres, y sus
consecuencias por otro (“Alhucema”, “Cuatro corazones”, “Mariana”,
“¡Malumbá!”).
• Reivindicatoria. Un tópico especialmente interesante son obras en las que lo
negro es reivindicado desde sus valores culturales o como un grupo digno de
respeto teniendo en cuenta su sufrimiento en la colonia y las guerras: “Seis
de enero”, “Jesús negro”, “Aleluya”, “Sangre morena”, “Tambor
moreno”. Dentro de este tópico merecen resaltarse dos composiciones
autoreivindicatorias del compositor negro Maciel sobre el payador negro Gabino
Ezeiza: “El adiós de Gabino Ezeiza”, “Barrio viejo del 80”;
aunque curiosamente nada hay en ellas que evidencia que tanto emisor como
receptor sean negros. Los compositores negros en el Tango adecuaron su
producción a los cánones de cada época ya que la visión que sobre ellos tienen
los blancos puede problematizarse a través del análisis de los procesos de
apropiación y resignificación de símbolos étnicos negros y las modificaciones
que operan a sus prácticas musicales. De ésta manera, parece ser que el
silencio al que los negros se llamaron en el Tango no es excepción en
el comportamiento sociocultural de este grupo. Los compositores blancos
debieron recurrir a fórmulas musicales originales a fin de que el público
vincule sus obras con la negritud recurriendo a la música negra ancestral por
lo que afloran rasgos musicales propiamente negros.
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