Para conocer el prolífico y polifacético genio de Jorge Luis Borges, es menester emprender un camino de ida y venida por sus mundos reales e imaginarios, sus visiones, sus obsesiones. Echar una mirada retrospectiva desde la filosofía y las abstracciones de su “Historia de la Eternidad”, hasta el temprano “Fervor de Buenos Aires”, en donde confesaba, casi prosaico, “Y sentí Buenos Aires / Esta ciudad que yo creí mi pasado / es mi porvenir, mi presente; / los años que he vivido en Europa son ilusorios, / yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.”.
Desde allí se llega finalmente al punto exacto del Borges
de la Milonga, del Borges colado subrepticiamente en la
primigenia música ciudadana, nacida a orillas de Buenos Aires. La memoria
colectiva ya hizo suyo aquellos versos anticipatorios de “Fundación Mítica
(mitológica) de Buenos Aires”, de 1929, “A mí se me hace cuento que empezó
Buenos Aires: la juzgo tan eterna como el agua o el aire.”. O la cita recurrente
de “Buenos Aires” (precedida por otra poesía homónima, evocativa, como la
segunda), en “El otro, el mismo”, de 1964: ”No nos une el amor sino el espanto;
será por eso que la quiero tanto”. Es menester partir de “Fervor de Buenos
Aires” para encontrar al Borges buceador de zaguanes,
aljibes, patios, plazas y atardeceres de arrabal, en una ciudad, la verdadera,
la entrañable, con su lenguaje y costumbres, muy próxima al campo. Desafiando a
su maestro Lugones, quien definiera al Tango como “reptil de lupanar”, Borges
se animó a meterse en el baile. Ya en 1920, desde las páginas de la revista
Martín Fierro, declaraba que el Tango es ”la realización Argentina
más divulgada, que con insolencia ha prodigado el nombre argentino sobre el haz
de la tierra”. Además, en varias entrevistas, cuando le preguntaron qué poema
elegiría como el mejor de los que escribió, respondía que ”El Tango”. De todos
modos, es sabido que su relación con los letristas del género era por lo menos
ambivalente. En el prólogo de “Para las seis cuerdas”, el libro de Milongas,
parece tirarles un palito al decir que quiso eludir ”la sensiblería del
inconsolable “Tango Canción”, y el manejo sistemático del lunfardo que
infunde un aire artificioso a las sencillas coplas”.
En ese libro, publicado en
1965, se anuncia todo: las historias que narra: “Traiga cuentos la guitarra /
de cuando el fierro brillaba / Cuentos de truco y de tapa, / de cuadreras y de
copas” (“Milonga de dos Hermanos”). Sus escenarios: “Allá por el
Maldonado / Que hoy corre escondido y ciego, / Allá por el barrio gris / Que
cantó el pobre Carriego,” (“Un cuchillo en el norte”). También
sus protagonistas, que son arquetipos borgeanos, habitantes de un mítico
arrabal, donde la muerte y el tiempo juegan su propia partida. El peligro
asecha a Alejo Albornoz ”en una esquina del sur, lo está esperando un
cuchillo”. Hay resignación frente al final de Manuel Flores: ”Eso es moneda
corriente / Morir es una costumbre que sabe tener la gente”. También el humor desacralizante aparece en esta obra de Borges
al nombrar el asesinato de un compadrito en una esquina de Buenos Aires: “se
mudó a un barrio vecino / al de la Quinta del Ñato”. Memoria y olvido tienen
compases propios en las Milongas borgeanas, porque el tiempo
se ha llevado a los hombres, y también a los escenarios donde vivieron según
sus propias reglas. Lo ejemplifica Don Nicanor Paredes: ”Ahora está muerto y
con él / cuánta memoria se apaga / de aquel Palermo perdido / del baldío y de
la daga”. ¿Cómo no evocar el famoso ubi sunt de las españolísimas coplas de
Jorge Manrique al leer una Milonga que lleva como título
“¿Dónde se habrán ido?” Elige un lugar muy cercano al romancero ibérico para
marcar la fragilidad de las cosas: “Y en el patio como, ayer / Hay una luna
amarilla, / Pero el tiempo, que no ceja, / Todas las cosas mancilla”. Desde
allí evocará a los morenos que pelearon en las guerras de la Independencia,
esas guerras que eran para el poeta la última manifestación del valor como
ética colectiva: “Se acabaron los valientes / y no han dejado semilla”. El Borges
que creó estas Milongas es un autor consagrado: sus obras ya han hecho del
Sur, ese lugar límite donde el barrio se hace pampa como dice uno de sus
poemas, un territorio único en la literatura argentina.
¿Por qué entonces las Milongas?:
quizá porque ya en 1930, Borges había marcado la originalidad
de la milonga rioplatense, anterior al Tango, central en la cultura
argentino-uruguaya. A esa Milonga siempre le había bastado
“con las seis cuerdas de la guitarra” para desplegar como dirá años después:
“la fiesta de la inocencia y del coraje”. Inicialmente las Milongas borgeanas no
tuvieron música: en el prólogo, el autor pide que se imaginen a un hombre que
en un zaguán o en un almacén, canturrea acompañándose con una guitarra. E
inmediatamente agrega “La mano se demora en las cuerdas y las palabras cuentan
menos que los acordes”. En 1960, él había escrito que Dios le había dado los
libros y la ceguera. Acaso con estas Milongas estaba diciendo que, en su
mundo de sombras, oye la música de las palabras. Hacia 1979, durante un
festival poético llevado a cabo en un anfiteatro mexicano, estaban convocados Jorge
Luis Borges, Octavio Paz, Allen Ginsberg y João
Cabral de Melo Neto, nuestro máximo narrador nos representó con creces en
dicho festival. Recitando en clave tartamuda sus célebres Milongas, no sólo
emocionó a los argentinos (por esos años exiliados en México en gran número),
sino al auditorio todo. Él, nuestro escritor más universal, el que siempre
escribió atento a que sus textos pasaran la prueba de la traducción eligió, sin
embargo, leer Milongas en un Festival Internacional. Tal vez esto muestre
que, para Borges, el Tango es mucho más que un mero
producto local. El gran narrador sin novela, ese novelero del ensayo conjetura
al mismo tiempo que poeta de la prosa cortada, nos sigue hablando con la voz
que se deja escuchar a través de un ”íntimo puñal en la garganta”.
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