martes, 28 de septiembre de 2021

Chigualo (Ecuador-Colombia)

 


La muerte, ese enigma inexorable, forma parte de todas las culturas y pueblos de la humanidad; de diferentes maneras se conmemora la vida de alguien que nos ha precedido en ese destino al que nadie puede rehuir. Chigualo, o Gualí, es una ceremonia fúnebre o develación del cadáver de un niño menor de siete años, practicada en Esmeraldas, Ecuador, así como en el Pacífico colombiano, llevadas adelante en las comunidades afro, quienes realizan una de las ceremonias más solemnes y sagradas para toda esa sociedad rica en costumbres y tradiciones.

Se caracteriza por ser amenizada por música y cantadoras. Se despide al difunto con cantos alegres, bailes y rondas infantiles, al ritmo de la música afrodescendiente tradicional de esa región. El Chigualo es la ceremonia fúnebre practicada en zonas rurales de Ecuador, heredada de la tradición de los chamanes. También se lo denomina “velorio de angelito”, “angelito baila” o “muerto alegre”. Este ritual está acompañado de música, cantos y bailes, pues se despide con alegría y entusiasmo a un infante fallecido, debido a creencias culturales-religiosas, ya que se asegura que un niño fallecido llegará al reino de los cielos porque a su temprana edad se ha marchado de la tierra sin cometer pecado alguno. En la ceremonia, se ejecutan cantos a capela, a una voz y con coros, con acompañamiento de palmoteo, el ritmo de las voces, en el canto o recital, es marcado por los tambores y los guasás (especie de sonajero que genera el sonido al sacudir las semillas del interior), los cuales también indican el compás cuando se trata de bailar. La base rítmica es alegre, es la que corresponde al Currulao o con aires de Bunde. El ritual también está amenizado por juegos lúdicos infantiles de la región, creados por las comunidades rurales, que cantan oraciones pidiendo a Dios que reciba al niño en su reino y, en algunos casos, se carga al cadáver pasándolo por los brazos de varias personas. Los instrumentos utilizados en su ejecución se reducen a la marimba del Chonta, los cununos macho y hembra (instrumentos de percusión cónico de una membrana con el fondo cerrado), los bombos macho y hembra, el redoblante y los guasás. Dicha actividad también cuenta con algunos de los cantos más sentidos y llenos de espiritualidad dentro de toda la gran variedad de géneros con los que cuenta esta parte del planeta.

Los ancestros de los afrodescendientes celebran la muerte y, para ellos, era dolorosa la separación, pero estaban convencidos de que quienes partían de este mundo se iban a reencontrar con los dioses y pasaban a un plano divino. También pensaban que las almas de sus antepasados reencarnaban en los niños que nacían en la familia. Los esmeraldeños fueron obligados a adaptar la tradición católica y a realizar misas oficiadas por sacerdotes, y cuando moría un adulto, hacían una novena. El Chigualo es un tributo a una vida que duró poco en este mundo, y una forma de rendir homenaje a un humano inocente, que por el mestizaje cristiano se lo llama “angelito”. Las mujeres mayores de cada comunidad lideran la ceremonia, mientras las demás personas rinden homenaje al niño que se ha marchado. La madre lo lleva al río más cercano y hacen un ritual de purificación. La mujer lo baña con claveles y otras flores. El padre es el encargado de preparar el ataúd, y la abuela materna lleva la mortaja. Cuando llega el atardecer, todos los miembros de la familia llevan regalos al pequeño para contribuir al festejo. Se cree que las cantadoras y los músicos mantienen comunicación con los niños muertos. El Chigualo se canta y se baila, salvo la parte en que se entonan los arrullos. La madre del difunto y las mujeres vecinas se tornan meticulosas con los principales detalles y otros menesteres de poca importancia. Pareciera que la preocupación se tornase colectiva. La ropa que usará el niño muerto, el cuarto donde será velado, la contratación de los músicos, la comida, la preparación de las canciones y las coreografías dependen mucho del interés y la solidaridad de la comunidad. La ceremonia de entierro del angelito está rodeada de paz, tranquilidad y confianza. La madre del niño muerto y la comunidad ocasionalmente cantan arrullos en el tránsito entre la iglesia y el cementerio. No hay expresiones de dolor, ni tampoco de alegría, sólo una suma de apoyo y atención mutua. Esta ceremonia se efectúa la noche siguiente al fallecimiento. La familia convoca a las cantadoras y a los músicos, para que la música guíe hasta los cielos al infante, por lo que su interpretación se realiza en un contexto de alegría. Según la tradición, los bombos y los cununos acompañan la entrada del angelito en la gloria. El cuerpo del niño es colocado en una mesa adornada con flores y cuatro velas esquineras, dentro de un toldo con un solo lado abierto, para permitir la salida del alma. 

 

 



























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