La muerte, ese enigma inexorable, forma parte de todas las culturas y pueblos de la humanidad; de diferentes maneras se conmemora la vida de alguien que nos ha precedido en ese destino al que nadie puede rehuir. Chigualo, o Gualí, es una ceremonia fúnebre o develación del cadáver de un niño menor de siete años, practicada en Esmeraldas, Ecuador, así como en el Pacífico colombiano, llevadas adelante en las comunidades afro, quienes realizan una de las ceremonias más solemnes y sagradas para toda esa sociedad rica en costumbres y tradiciones.
Los ancestros de los afrodescendientes celebran la muerte y, para ellos, era dolorosa la separación, pero estaban convencidos de que quienes partían de este mundo se iban a reencontrar con los dioses y pasaban a un plano divino. También pensaban que las almas de sus antepasados reencarnaban en los niños que nacían en la familia. Los esmeraldeños fueron obligados a adaptar la tradición católica y a realizar misas oficiadas por sacerdotes, y cuando moría un adulto, hacían una novena. El Chigualo es un tributo a una vida que duró poco en este mundo, y una forma de rendir homenaje a un humano inocente, que por el mestizaje cristiano se lo llama “angelito”. Las mujeres mayores de cada comunidad lideran la ceremonia, mientras las demás personas rinden homenaje al niño que se ha marchado. La madre lo lleva al río más cercano y hacen un ritual de purificación. La mujer lo baña con claveles y otras flores. El padre es el encargado de preparar el ataúd, y la abuela materna lleva la mortaja. Cuando llega el atardecer, todos los miembros de la familia llevan regalos al pequeño para contribuir al festejo. Se cree que las cantadoras y los músicos mantienen comunicación con los niños muertos. El Chigualo se canta y se baila, salvo la parte en que se entonan los arrullos. La madre del difunto y las mujeres vecinas se tornan meticulosas con los principales detalles y otros menesteres de poca importancia. Pareciera que la preocupación se tornase colectiva. La ropa que usará el niño muerto, el cuarto donde será velado, la contratación de los músicos, la comida, la preparación de las canciones y las coreografías dependen mucho del interés y la solidaridad de la comunidad. La ceremonia de entierro del angelito está rodeada de paz, tranquilidad y confianza. La madre del niño muerto y la comunidad ocasionalmente cantan arrullos en el tránsito entre la iglesia y el cementerio. No hay expresiones de dolor, ni tampoco de alegría, sólo una suma de apoyo y atención mutua. Esta ceremonia se efectúa la noche siguiente al fallecimiento. La familia convoca a las cantadoras y a los músicos, para que la música guíe hasta los cielos al infante, por lo que su interpretación se realiza en un contexto de alegría. Según la tradición, los bombos y los cununos acompañan la entrada del angelito en la gloria. El cuerpo del niño es colocado en una mesa adornada con flores y cuatro velas esquineras, dentro de un toldo con un solo lado abierto, para permitir la salida del alma.
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