En el siglo XIX algunas personas ya señalaban el crecimiento económico y presentían la incidencia que tendría EEUU en el mundo, entre ellos, el mismísimo Simón Bolívar. Sin embargo, dentro de aspectos musicales fue sólo hasta finales del siglo XIX cuando se hicieron sentir las expresiones sonoras del país norteamericano.
La primera señal fue el ingreso a países latinoamericanos
del llamado Vals Boston, un Vals similar al europeo, pero de
movimientos muy lentos. El Vals Boston tuvo alguna presencia en
Ecuador, sobre todo en los compositores académicos como Sixto María Durán y
Carlos Amable Ortiz, quienes compusieron algunas piezas dentro de este estilo.
Luego vendrían las grabaciones de discos y los fonógrafos que se dispersaron
por el mundo entero, de tal suerte que a inicios del siglo XX, fue cuando la
oleada musical mostró su potencial de difusión a través de esos mecanismos.
Desde EEUU llegaron géneros rítmicos, que los pobladores blancos de ese país
comercializaban, pero cuyo origen estaba más bien en los sectores de la
excluida población negra. Así, el One Step, el Two Step, el Camel
Trot, el Shimmy, el Charleston, pusieron a bailar a los
sectores acomodados de Ecuador. Sin embargo, el que más huella dejó de todos
los géneros norteamericanos fue el Fox Trot, cuya traducción vendría a
ser ”paso del zorro” o ”trote del zorro”. Este género, que puede considerarse
como una especie de Jazz primitivo, llegó a Ecuador para quedarse. Para la
segunda década del siglo XX, el Fox Trot era de lo más popular en
Ecuador. Su huella se dejaba sentir en Quito, en músicos como Sixto
María Durán, Ángel Honorio Jiménez, Ricardo
Becerra y otros incluso más jóvenes como Luis Humberto Salgado y Víctor
Carrera. Pero los más representativos creadores de Fox fueron Rudecindo
Inga Vélez (de Cañar); Francisco Paredes Herrera y Aurelio
Alvarado (de Azuay), así como Nicolás Mestanza y Nicasio
Safadi (de Guayaquil). Las primeras melodías que se compusieron tenían
mucha similitud con el Fox norteamericano. En ese proceso
de creación local de este género foráneo fue pasando algo especial, comenzó a
mixturarse con elementos locales y los compositores, intencionalmente,
modificaron sus patrones, introdujeron la pentafonía andina en el discurso
melódico del Fox Trot, y establecieron un patrón músico que sería
característico, todo lo que trajo una mutación incluso en el nombre: dejó de
ser Fox
Trot para denominarse Fox Incaico, que procuraba mostrar
la mezcla entre lo norteamericano y su recreación con elementos locales.
También se usaron otros nombres que no persistieron, como Fox Incaico o sólo Incaico.
Pasados los años 30 se siguieron creando One Step, Two
Step y, sobre todo, Fox Trot ecuatorianos, pero,
finalmente, tras algo más de veinte años en la escena, estos pasarían al baúl
de los recuerdos, como géneros de una moda que no fue tan pasajera. Sólo el Fox
Incaico permanecería por más tiempo. Para 1928 el compositor Rudecindo
Inga Vélez haría su Fox Incaico “La bocina”, una pieza
adaptada de las melodías indígenas que escuchó en El Cañar a los nativos. Esta
canción expresa de una manera melancólica y bella el sentimiento del pueblo
indígena. La melodía fue tomada de los llamados de bocina de los indígenas
serranos. La bocina es un instrumento musical de viento, hecho de caña, que
consiste en un tubo largo con una boquilla tallada en cuero de toro. Hacia
1959, Segundo Batista creó el Fox Incaico ”Collar de lágrimas”,
pieza musical insignia de los que se fueron lejos del país, de los migrantes.
Otra pieza de este género que ha permanecido en la memoria es “El
chinchinal”, de Víctor Ruiz. Quizás el elemento más emotivo, que
siempre arranca lágrimas en la audiencia, es aquel compuesto por el manabista Constantino
Mendoza, titulado “La canción de los Andes”. Las primeras
melodías compuestas en Ecuador, tienen similitud con el Fox Trot norteamericano.
La denominación de Fox Incaico encontró varios detractores, como el musicólogo Segundo
Luis Moreno, quien afirmaba que el nombre era incorrecto por su
incoherencia histórica, ya que los Incas jamás habían bailado Fox.
De todas maneras, el nombre se impuso y se lo usa hasta nuestros días. Lo que
sí sucedió es que este género dejó de ser bailable para pasar al repertorio de
melodías cantadas debido a sus escalas y modalidades pentafónicas en tiempo
lento. Sus canciones hablan del desamparo, el abandono y otros que hacen
atribución a la madre y a la mujer en general. A muchas de ellas se les imponía
títulos de temática indígena, como por ejemplo, ”Jahuay”; “El
llanto de la india”; “Quitus”; “Alma indiana”; “Rondador”;
“Inti
Raimi”; etc. Varias versaban sobre temas como la ausencia y la
despedida, con lo cual se puede descubrir la posible intención de reemplazar al
Yaraví,
que trataba asuntos similares. El Fox Incaico en la provincia del Cañar es
parte de su identidad, tomando en cuenta que en su tierra nació José
Rudecindo Inga Vélez, uno de los compositores más significativos del
género. El Fox Incaico es, si se permite un neologismo, un producto
“ingro”, es decir, una mezcla musical de lo indio y lo negro, un género que,
pasado el tiempo, volvió a sus orígenes, pues si se introdujo en los sectores
acomodados, finalmente pasó a las poblaciones que lo crearon, los excluidos.
Antes de la llegada del Rock and Roll, el Pop
y el Jazz,
fue el Fox el género anglosajón de mayor incidencia en los ciudadanos
ecuatorianos, con la significativa diferencia de que sirvió de matriz para el
surgimiento de un nuevo estilo local. Si bien ya no se crean Fox
Incaicos en la actualidad, todavía se repiten aquellos que dejaron de
legado los ancestros, a cuyas cadencias supieron crear una identidad de fusión,
y cuyos ejemplos representativos todavía siguen vigentes en la memoria y en las
voces de las presentes generaciones.
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