Las danzas folklóricas árabes se caracterizan por ser improvisadas y aprenderse por imitación entre las generaciones familiares. Entre ellas se encuentran la danza Saidi, del Said (sur de Egipto); la danza Nubia, del sur de Egipto y norte Sudán; la danza Khaligi, del Golfo Pérsico; y la danza Haggalla, entre otras.
Farida Fahmy |
Según Shokry Mohamed, músico y bailarín egipcio, la ceremonia del Haggalla se trataba de un rito nupcial, en donde la mujer escogía a su marido en el mismo acto de danzar. Shokry cuenta que se citaba a todos los hombres solteros del pueblo en algún lugar público, en donde se ubicaban en hilera o semicírculo, y la muchacha bailaba para ellos. Su danza era algo así como una representación de sus virtudes como mujer y esposa, por lo tanto, debía mostrar recato, belleza, talento y fuerza. La haggallera danzaba al ritmo de palmas, tambores y cantos, con el rostro cubierto por una fina tela transparente con la cual podía ver sin ser vista. Durante la danza, hacía su elección y al escoger a un hombre se colocaba frente a él y le bailaba alrededor con las manos entrelazadas en forma de cruz, símbolo de que era el elegido, o bien, se arrodillaba ante él. En ese momento, el joven le ofrecía un obsequio, como alguna joya, y ella a su vez a él, si el obsequio del hombre era aceptado por la muchacha, ésta se quitaba el velo, dando así por realizada la unión. El Haggalla podría tratarse también de ritos de iniciación a la edad adulta de una joven mujer, ya que algunas de las letras de las canciones cantadas por los kekafin, hablan de las virtudes de la joven que pronto se convertirá en mujer y de lo buena esposa y madre que será. Farida Fahmy, integrante del ballet de Reda, relató que a mediados de los años 60 estuvo en una investigación de campo en el noroeste egipcio siendo testigo de una festividad popular en donde una bailarina era convocada para bailar con los habitantes varones de la comunidad. La muchacha tenía el rostro y la cabeza cubiertos con una fina tela transparente y había agrandado sus caderas con teas fruncidas. Los hombres, formados en grupos y ubicados en semicírculos, hombros con hombros, cantaban y batían palmas mientras la bailarina movía sus caderas al compás, desplazándose de grupo en grupo. Los diferentes grupos competían entre sí para ver quién ponía más ánimo para la danza de la bailarina, quien se acercaba al grupo que ponía más júbilo, logrando de este modo una interacción con los participantes.
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