Cada 11 de septiembre se recuerda el fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, ocurrido en el año 1888 en Asunción del Paraguay. En honor a su tarea como educador y propulsor de la educación pública, laica y gratuita en nuestro país durante el siglo XIX, festejamos el Día del Maestro como una manera de reconocer, también hoy, el trabajo de quienes diariamente asumen la responsabilidad social de educar en un mundo cada vez más complejo.
Una caracterización del lugar de Sarmiento en el panteón
nacional invita a pensar en él como una figura polémica, polisémica y
fuertemente contradictoria. Aun así, es innegable su contribución a la
construcción y organización del sistema educativo público y nacional. Nacido en
1811 en la provincia de San Juan, Domingo Faustino Sarmiento fue
docente, intelectual, escritor romántico, periodista, militar y político.
Rebelde y disciplinado, unitario en el interior, provinciano en Buenos Aires,
estuvo exiliado y fue presidente de la Nación entre 1868 y 1874. Faustino
Valentín Sarmiento, conocido como Domingo Faustino, nombre que asumió
en homenaje al santo de familia, nació en San Juan el 15 de febrero de 1811.
Hijo de José Clemente Quiroga Sarmiento, arriero de mulas y peón
ocasional, fervoroso soldado de la Independencia, y de Paula Albarracín, mujer
fuerte y trabajadora que, en ausencia del padre, se imponía en el hogar. Entre
1815 y 1821, Domingo cursó estudios en la Escuela de la Patria de su ciudad
natal. En 1823, luego de tratar vanamente de ingresar al Colegio de Ciencias
Morales en Buenos Aires, trabajó como asistente del ingeniero Víctor
Barreau en la Oficina de Topografía de San Juan. Su tío, el presbítero José
de Oro tuvo a cargo los estudios de Domingo y fue desterrado en 1825
por oponerse a las reformas eclesiásticas. Se trasladaron juntos a San Luis,
donde Sarmiento fundó su primera escuelita, siendo maestro y
discípulo al mismo tiempo. La dialéctica civilización o barbarie, explicada en
el libro “Facundo” (para muchas personas obra cumbre de la literatura
argentina), condensa su mirada romántica sobre la realidad social de América
Latina. En ella se contrapone el admirado mundo europeo: citadino, educado,
reglado, comercial; con las expresiones culturales irregulares de un mundo
americano, rural, salvaje, indígena y gauchesco. Con un talento literario
prodigioso y a través de la figura de Facundo Quiroga, Sarmiento
manifiesta su profundo rechazo por ciertos actores de la época.
Con un ideario
racista, distinguía a los indios (sobre quienes no pensaba en ningún tipo de
inclusión) de los gauchos y mestizos, culturalmente inferiores pero posibles de
civilizar. La presencia de Quiroga como un fantasma latente que
amenaza el progreso de la nación fundamenta las ideas de Sarmiento para la
construcción de las instituciones. En este contexto, la educación resulta la
herramienta fundamental para la civilización de la barbarie. Junto con otros
intelectuales y políticos de la época, agrupados en lo que se conoció como “Generación
del ‘37”, Sarmiento sostenía una preocupación por las formas en que
debía organizarse el país después del proceso independentista. Para Sarmiento,
el problema principal que enfrentaba la Argentina era la inmensidad de su
territorio (al que llamaba “desierto”) y la manera de enfrentarlo era a través
de la expansión de las ciencias e industrias, donde la educación cumplía un rol
clave. En su libro “Educación Popular”, sentó las bases sobre cómo deberían ser,
según sus ideas, los sistemas educativos en América Latina: describe y explica
los lineamientos curriculares, el rol que debía cumplir la disciplina, cómo
organizar las rutinas escolares, la inspección, qué materias debían incluirse y
cuáles eran los materiales necesarios. Su obsesión lo llevó a profundizar en
cada detalle. Un largo viaje en el que estudió de cerca los sistemas educativos
de Suiza, España, Prusia, Inglaterra, Francia y EEUU, le dio una mirada global
y un conocimiento aún más amplio sobre el tema. Hacia fines del siglo XIX, a
partir del triunfo de la escuela moderna y de la construcción de escuelas en
todo el país, fue necesario formar un cuerpo de profesionales especialistas en
la enseñanza. Fue el Estado quien asumió la responsabilidad de preparar a las
maestras y los maestros y con este objetivo se organizó el sistema magisterial
a través de la fundación de Escuelas Normales en varias provincias. Estas
escuelas estuvieron inicialmente dirigidas por educadoras norteamericanas
convocadas y contratadas por Sarmiento durante su presidencia.
Si
bien en un primer momento las Escuelas Normales fueron pensadas con una
modalidad mixta, unos años después el acceso se restringió solo para mujeres,
quienes a la vez estaban excluidas del ingreso a los Colegios Nacionales. Durante
la década de 1870 y 1880 llegaron más de 60 maestras norteamericanas. Entre
ellas podemos mencionar a Mary O’Graham, Jennie Howard, Jeannette
Stevens. En la actualidad algunas de las escuelas normales llevan el
nombre de estas mujeres, Por ejemplo, el Normal N° 1 de la ciudad de La Plata “Mary
O’Graham”. Estas escuelas tienen una larga historia y se han ido
transformando según el devenir de las distintas políticas públicas educativas.
En la actualidad funcionan como unidades académicas que incluyen desde el nivel
inicial al superior, muchas de ellas en los mismos edificios centenarios que
las vieron nacer. El legado de Sarmiento en su constitución es muy
importante, pero también lo es el de muchas mujeres anónimas que formaron parte
de este proceso. En este período también desarrolló su amplia carrera Juana
Manso, una educadora, escritora y periodista destacada que trabajó mano
a mano con Sarmiento en su proyecto educativo. En Brasil fundó una revista
destinada a las mujeres y abiertamente feminista que luego fue replicada en una
publicación conocida como “Álbum de Señoritas”. Juana Manso era
propietaria de este periódico sobre literatura, moda, bellas artes y teatro,
algo inusual para una mujer en aquellos tiempos. Fue directora de la Revista
Anales de la Educación Común de la provincia de Buenos Aires entre los años
1865 y 1875, en cuyas páginas inscribió sus análisis y propuestas para la
educación común, y fue la primera funcionaria mujer en integrar el Consejo
Nacional de Educación. En esos años, propuso un proyecto de Ley Orgánica de la
Enseñanza Común, en el que buscaba profesionalizar la formación docente y
mejorar los salarios, entre otros objetivos.
En 1943, la Primera Conferencia de
Ministros y Directores de Educación de las Repúblicas Americanas, celebrada en
Panamá, resolvió decretar el 11 de septiembre como Día del Maestro para todo
el continente americano en honor al fallecimiento de Sarmiento, pero también
en reconocimiento a la importancia que implica el trabajo y disposición de
todos los maestros que día a día realizan su trabajo en las escuelas. Si bien
cada nivel y modalidad tiene su particularidad y es necesario considerar
distintas complejidades según las edades de las niñas, los niños y las y los
jóvenes, las efemérides siempre convocan a pensar, reactualizar, o incluso
cuestionar, aquellos valores e ideas que las sociedades muchas veces sostenemos
de manera naturalizada. Siempre es un ejercicio reflexivo muy interesante para
hacer desde el presente y en las aulas. El 11 de septiembre, entonces,
constituye una fecha importante para revisitar la historia de nuestro sistema
educativo nacional, poner en valor el trabajo docente en el pasado y en el
presente y proponer nuevos horizontes centrados en la defensa de la educación
pública, inclusiva y de calidad.
Fuentes:
• Continuemosestudiando.abc.gob.ar
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