Quien piense que una máscara africana es un simple un trozo de madera tallado con mayor o menor acierto que, colgada en la pared o sostenida por una peana de metal, puede servir como un curioso elemento decorativo… se equivoca. Cuando se observa una máscara en un museo, una tienda de artesanía o en una casa, por supuesto que se trata de un objeto desnaturalizado.
Tanto como la cabeza disecada de un león de la que no
sobrevive la más mínima expresión y energía de una criatura que una vez en la
sabana rugió y prendió a sus presas son sus afilados colmillos. Es in situ, en
el África negra, en el olor de la tribu, entre ruidos de tambores, palmas,
timbales, polvareda y el trance de los danzantes que la portan cuando una
máscara encuentra todo el sentido. Esa pieza tallada de un árbol es entonces un
ser tan vivo como tú y como yo, captadora de las esencias, formas de vida,
miedos y deseos de una tradición cuya antigüedad no entiende de fechas sino de
devoción. De una fe imposible de quebrantar. Según el mito, hace mucho tiempo
Yewajobi, que era la madre de todos los Orisha o divinidades yoruba, no pudo
tener más hijos. Esto le produjo gran desconsuelo y fue en busca del Gran
Oráculo de Ifá. El oráculo prescribió un baile con máscaras y algunos ritos
antes de que pudiera concebir. Así, siguiendo el consejo del Oráculo, buscó
unas imágenes de madera, las adornó los brazos con anillos de metal y las hizo
bailar. Poco después nació un niño al que llamó Èfè, sinónimo de alegría y
broma. Luego nació una niña, que se llamó Gèlèdè porque era muy gorda y bailaba
tan bien como su madre Yewajobi. Pasado un tiempo, Èfè y Gèlèdè quisieron tener
hijos, pero les resultó imposible. Gèlèdè también fue a ver al Gran Oráculo de
Ifá que le prodigaba los mismos consejos que ya le había dado a su madre
Yewajobi. Así Yewajobi le dio a su hija sus anillos de metal y sus máscaras y
Gèlèdè bailó. La historia no cuenta cuántos hijos tuvieron Gèlèdè y Èfè juntos,
pero esta es la historia que cuenta el origen de este baile de máscaras. El Gelede
no es un mero festejo. Hay mucho más detrás de un concepto demasiado amplio y
complejo.
Hay que pensar en una sociedad secreta cuyos miembros son mujeres (la
única compuesta sólo por ellas) cuya intención pasa precisamente por plasmar su
importancia fundamental en la comunidad yoruba. Se cuenta que el origen de este
culto evoca el paso de una sociedad matriarcal a otra patriarcal, algo que
encolerizaría a las mujeres hace ya mucho tiempo. La madre primordial Lya
Nla, así como los antepasados femeninos, deben ser aplacados por medio
de ceremonias con bailes, música y un tipo concreto de máscaras cónicas que se
colocan sobre la cabeza y no en la cara (son más bien como cascos). Allí se
pronuncian cánticos que mencionan la historia y mitología yoruba e incluso se
dan mensajes relacionados con la convivencia, el saber estar personal y la
necesaria unión del pueblo. La idea del Gelede, por tanto, es, además de
honrar a las mujeres de estas sociedades, poder canalizar las energías positivas
de la aldea y dejar atrás las negativas, de ahí que este tipo de ceremonias que
se celebren con gran entusiasmo y se lleven a cabo ante acontecimientos
importantes como el fin de la cosecha, las difíciles sequías, posibles
hambrunas o epidemias y, en definitiva, un cúmulo de circunstancias en su
mayoría negativas que deben ser contrarrestadas con bailes, cánticos y
mascaradas. Para ello resulta primordial un elemento como es la máscara de
madera, generalmente con rostro femenino y amable (sobre todo si las comparamos
con otras etnias de África Occidental como los Wé, Pende, Salampasu y muchos
otras donde los rostros parecen mucho más temibles). De tipo cónico para
sobreponerse a la parte superior de la cabeza, casi como si fuese un tocado o
un bonete, se caracteriza por sus colores vivos, una mandíbula prominente, ojos
abiertos y expresivos y cortes en las mejillas. Aunque es en la parte superior
de la misma donde se incluyen distintas escenas de la vida diaria yoruba,
muchas veces aleccionadoras o narradoras de una historia.
Las ceremonias tienen
lugar de noche en una plaza pública, cerca de una casa donde se visten los
bailarines. Durante el ritual, el primer portador de la máscara aparece bajo un
traje tosco y poco elaborado hecho con hojas de banano y donde emerge un rostro
masculino con un fino bigotillo. En una ceremonia Gelede la primera máscara
en aparecer representa a Ogbagba, considerado el mensajero de
los dioses. Y a partir de él todas representan rostros de mujeres. Éste apenas
baila, manteniéndose casi todo el tiempo en la esquina de una casa. Pero es
como si su sola presencia significase el pistoletazo de salida de aquella
ceremonia en mitad de la plaza. El portador de la máscara, que siempre es un
hombre a pesar de que el Gelede tiene que ver con la mujer,
envuelto en bella túnica de tela donde predominaban el malva, el azul y el
verde sobre un dibujo estampado, inicia el baile, no sin antes dirigirse a los
sabios del pueblo, quienes parecen darle ciertas instrucciones amén de su
beneplácito para todo lo que realiza. Aquella “máscara” Gelede bailarina que hace
sonar los aros metálicos (chawolos) de sus tobillos y que se mueve de una forma
menos errática de lo que puede parecer, danza al son de la música y los cantos
en lengua yoruba donde se narran historias conocidas para ellos. Allí está
buena parte de su mitología y su ideario, incluso de su día a día. Luego, la
parte superior de la máscara se abre y se cierra la tapa una y otra vez. Y es
que ese es otra impronta muy repetida en las máscaras Gelede, que las tallas
adquieren movimiento cuando el portador mueve un pequeño e imperceptible
sistema de cuerdas que se acciona dentro del propio traje.
De ese modo cada
máscara sería algo así como un escenario de títeres que adquiriría vida propia
más allá de su propia simbología. A partir de entonces se suceden nuevos
personajes. Nunca todos juntos, sino uno por uno, adquiriendo su protagonismo.
Consta de periodos de aproximadamente veinte minutos desde la salida de uno
hasta la incorporación de otro. Las vestimentas, en general consisten en telas
con ricos estampados (siempre diferentes) además de esas especies de sonajeros
en los tobillos. La variación mayor está en la máscara que va sumando, con cada
nuevo danzante, diversas temáticas donde prima el movimiento de la talla
superior al propio rostro de madera. Las máscaras están esculpidas por artistas
a partir de un trozo de madera cilíndrico que luego se pinta. En ellas se
distinguen dos partes bien diferenciadas. La parte inferior suele representar
una cara femenina en calma y estática y en la que se pueden reconocer algunas
de las características comunes a los yoruba (como los ojos almendrados o las
tres pequeñas escarificaciones sobre los ojos o la frente). La parte superior
es más compleja y suele estar ligada a la creatividad del artista. Aquí se
incluyen diferentes escenas de la vida diaria yoruba y muchas veces narran una
historia. El género musical que se usa para las canciones de las ceremonias Geledé
es Oriki
y el baile está acompañado por una orquesta compuesta por cuatro tam-tams o
tambores de diferentes tamaños y que reciben diferentes nombres: “Iya Ilu” o
tambor madre; “Ako Ilu” o tambor masculino y “Omélé Abo” o tambores de
acompañamiento femenino y masculino. Los bailarines van ataviados con coloridas
prendas de ropa y uno de ellos sostiene en las manos un objeto hecho con crines
de caballo. Gracias a este ritual, se garantiza la transmisión del patrimonio
oral, en el que se mezcla poesía épica y lírica, todo ello entreverado con
ironía e irrisión. Se suelen utilizar figuras de animales, como la serpiente,
símbolo de poder, o el pájaro, mensajero de “las madres”.
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