Según investigaciones de Luis Felipe Ramón y Rivera, es poco probable que la manifestación del Vals se haya efectuado en Venezuela antes de 1830. Esta fecha, que coincide con la muerte del Libertador Bolívar y con el cese de la guerra de Independencia, se toma como referencia para comenzar a hacer algunas pesquisas en torno a la manifestación de esta modalidad musical proveniente de Europa, que causó verdadero furor en el viejo continente, cuando músicos influyentes del romanticismo lo ejecutaban tanto en ámbitos de cámara como en los famosos salones de baile de la clase alta.
Las series de piezas musicales con este
espíritu denominadas suites no se ejecutaban de manera independiente, sino que
estaban unidas a través de sus nombres, y se trasladaron a América
posteriormente para ser ejecutadas de manera autónoma con los instrumentos del
caso, en representaciones de comedias, óperas o tonadillas. De aquí fue de
donde el pueblo las tomó y aprendió a conservarlas. Formas como la Pavana,
la Chacona
o la Zarabanda
eran danzas provenientes de España divulgadas en Centroamérica, mientras que
bajo el nombre de Fandango se agrupaba un conjunto de piezas cortas bailables,
como el Minué. En América Latina contamos con varios conspicuos
representantes del Vals, como la peruana María Isabel “Chabuca” Granda, el
mexicano Juventino Rosas o el cubano Ernesto Lecuona que
gozaron de mucha popularidad en su momento y siguen siendo considerados
clásicos del Vals en el continente. Poco a poco fueron entrando a Venezuela
las respectivas melodías “valseadas” o Valses populares, mientras que la
corriente tradicional del folklore incorporaba golpes y Valses a dos partes
concebidos como música para bailar el Joropo, y permitieron apreciar un
conjunto de bailes que van configurando -en ciudades grandes como Valencia,
Maracaibo, Caracas o Barquisimeto- un movimiento de expresión romántica que
toma al piano como instrumento principal y configura una primera división
social del Vals en los salones aristocráticos, y otra de origen popular
ejecutada en el caney, la plaza pública y las casas modestas con instrumentos
como la guitarra, el bandolín o el cuatro. Esta corriente popular fue
alcanzando otros ámbitos por parte de músicos aficionados o profesionales,
donde el Vals comenzó a dejar constancia de su existencia, acompañado de
guitarra, tiple o cuatro, mientras los músicos trabajan en sus particulares
armonías, inspirados por la nueva forma. El piano es el instrumento que
propicia la llamada corriente aristocrática del apogeo inicial del Vals
en Venezuela, mientras que la corriente popular prefiere la voz, el recurso
oral acompañado de guitarra o cuatro.
Entre estas dos corrientes comenzó a
constituirse el Vals Venezolano, a través de un creciente repertorio criollo,
que sabe convocar una serie de modalidades y tonos melódicos propios, de
improvisaciones e interpretaciones de memoria y ejecución por “fantasía”, así
como la corriente popular anónima que tuvo lugar en Venezuela en décadas posteriores
hasta alcanzar el siglo XX, hacen que el Vals tenga un perfil claro como
manifestación cultural propia. Cientos de Valses se compusieron en las
distintas regiones del país, en un repertorio heterogéneo que incluye piezas de
factura desigual -atemperadas en cada región geográfica del país- pero que fueron
conformado una expresión genuina de la sensibilidad musical, que tomó del
romanticismo su principal nutriente. Como se sabe, la tristeza inmanente del Vals,
su tono que puede ser nostálgico o melancólico, expresa el spleen o la saudade
venezolana, una mezcla peculiar de reminiscencia donde se dan cita los
recuerdos dolorosos con la alegría de vivir. Por supuesto, en Venezuela se
cuenta con un buen número de músicos académicos que acusaron rápidamente esta
influencia romántica a principios del siglo XX, como Teresa Carreño, nuestra
pianista más célebre, José Ángel Montero, Juan
Vicente Lecuna, Evencio Castellanos, Federico
Villena, Salvador Llamozas, considerado el iniciador del nacionalismo
musical venezolano, así como Raúl Borges, tenido por el iniciador
del Vals
para guitarra, Felipe Larrazábal, Ramón Delgado Palacios o Federico
Vollmer. Otros músicos no menos importantes y más recientes son Inocente
Carreño, Manuel Ramos Barrios, Aldemaro Romero, René Rojas,
Blanca
Estrella de Méscoli, Ana Mercedes Azuaje, Federico
Ruiz, Rodrigo Riera, Juan Carlos Núñez, para citar sólo
algunos de los mejores.
También dentro de la corriente popular una serie de Valses
-constituidos de dos y cinco partes- fueron imprimiendo una identidad a las
composiciones, tanto los Valses populares como los Valses
de concierto, llamados brillantes. De esa primera generación de compositores
cultos citamos a Manuel Guadalajara, Rogerio Caraballo, Manuel
Azpúrua y Rafael Isaza. Así, en ciudades capitales como Valencia,
Barquisimeto, Maracaibo y Caracas, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, el
Vals
ya había alcanzado una peculiaridad criolla que se muestra tanto en la
corriente culta como en la popular. En Coro, Ciudad Bolívar, Cumaná, San
Cristóbal, Trujillo o San Felipe los autores de Valses se multiplicaron
incesantemente. Las reuniones y fiestas familiares, los eventos sociales
siempre tendrían al Vals como centro de la expresión íntima y sentimental. Comenzaron
a aparecer compositores representativos de cada estado, y difundirse cada vez
más a través de conciertos y grabaciones. Valses andinos emblemáticos como los
de Pedro
Elías Gutiérrez, los de Laudelino Mejía, José
Ángel Rivas, Rigoberto Arellanos, Pedro
José Castellanos, en Trujillo; los de los larenses Antonio Carrillo y Juancho
Lucena, Juan Ramón Barrios y Pastor Giménez, Pablo Canela, Juan
Pablo Ceballos, Félix Sánchez Durán, en Lara; Rafael
Andrade y Pedro Pablo Caldera, Armando Arteaga, Teófilo
Domínguez, Eloy Moreno, Julián León, Francisco Quero, Bartolomé
Romero, Franklin Sánchez, Félix Pifano y sobre todo uno de los
innovadores de la música popular venezolana, el yaritagüeño Otilio
Galíndez, en Yaracuy;
del carabobeño Augusto Brandt o el
falconiano Rafael Ángel “Rafuche” López y del tachirense Luis
Felipe Ramón y Rivera, los marabinos Ulises Acosta, Lionel
Belasco, Rafael Rincón González, Luis Soto Villalobos, Amable
Espina y los caraqueños Francisco de Paula Aguirre, son
algunos ejemplos de compositores reconocidos, y que deberían ser motivo de
orgullo para músicos posteriores. Pero el gran innovador del Vals
Venezolano es el bolivarense Antonio Lauro, quien compuso piezas
magistrales para guitarra que fueron conocidas mundialmente (la mayoría de
ellas difundidas en un primer momento por el gran guitarrista larense Alirio
Díaz, y quien ha puesto a dicho instrumento en el cenit de la música
latinoamericana en el mundo). Luis Felipe Ramón y Rivera,
excelente compositor e historiador de la música venezolana, señala que el
cuatro es el instrumento que imprime el elemento criollo principal en el Vals
Venezolano, aun cuando la pieza mantenga una estructura armónica
europea. Pero también el bandolín, el violín y la guitarra y el arpa criolla, e
instrumentos de percusión como la maraca, terminan formando grupos de sonoridad
especial en cada región. La guitarra, por supuesto, el instrumento popular por
excelencia de toda la historia de la música occidental, suele ser en el Vals
un instrumento básico.
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