La danza tradicional de Los Sonajeros se ejecuta en algunos pueblos y ciudades de la región denominada Sur de Jalisco del occidente mexicano. Esta danza integra la continuidad de la tradición que tiene sus raíces en la cultura del México antiguo, siendo sostenida en las localidades de la región por quienes comparten en la vida cotidiana el “México Profundo”.
Actualmente, en algunos pueblos y ciudades del sur de Jalisco, al acercarse los
días de la fiesta religiosa tradicional, las agudas notas de la flauta de
carrizo, acompañadas rítmicamente por las percusiones de los tamborcitos de
doble membrana, inundan al anochecer las calles por diferentes rumbos, tocando
las fibras más íntimas de los descendientes de aquellos que, desde inmemorial
tiempo, por medio de la danza merecían del dador de la vida, las condiciones
favorables para que se renovara la vegetación, dieran frutos abundantes los
árboles y las semillas cultivadas germinaran y con ello se diera la posibilidad
de una cosecha abundante. Ese poder de la naturaleza iba a ser conquistado,
merecido, obtenido, por medio del baile ritual, para el beneficio humano. Por
eso esta danza rememora, en su ejecución e indumentaria, la belicosidad de los
antiguos guerreros mesoamericanos; la música ejecutada con carrizo y
tamborcitos, sirven de fondo al fuerte grito acorde de toda la cuadrilla de
danzantes al momento de iniciar la ejecución de un son. Como estas actividades
rituales estaban ligadas a la renovación de la vegetación y a la fertilidad, se
utilizaba el color rojo asociado al amarillo. Éstos eran los colores dominante
en la vestimenta: el rojo, que simbolizaba la salida del sol, el renacimiento,
la vegetación tierna; el amarillo es el color del sol, del fuego, elemento importante
para el desarrollo de las plantas tiernas. La danza fue una de las
manifestaciones rituales autóctonas aceptada y utilizada por los frailes en sus
actividades catequísticas.
Su ejecución fue permitida a los nativos en las
celebraciones cristianas de importancia, a las que daban realce con su
vistosidad, para goce y gusto de propios y extraños, como fue el caso de la
visita que, en 1587, hiciera a los pueblos de la región el comisario general
franciscano Alonso Ponce. Las fuertes pisadas que marcan el ritmo de la danza
concuerdan rítmicamente con los sones interpretados por los músicos,
acompañándolos con giros y evoluciones que crean una vorágine multicolor con el
conjunto del vestuario de los danzantes, sobresaliendo los chalecos
ornamentados con flecos y orlas de listones, a semejanza del ichcahuipilli (cotón
protector del guerrero en las batallas); por otra parte el macuahuitl (espada
con navajas de obsidiana) se ha transformado en un madero labrado, cuyas
oquedades contienen varias ruedas metálicas en acomodo tal que, al mínimo
movimiento, provoca sonido convirtiéndose en una sonaja. La sonaja representa
los rayos solares que fecundan la tierra; en el México antiguo esta sonaja era
llamada xicahuaztli, y era uno de los elementos que distinguían a las deidades
masculinas y femeninas de la fertilidad (Toci, Xipe Totec, los tlaloques,
Chalchiuhtlicue, Xillonen, etc.), a quienes se les representaba con esta
sonaja-bastón en las manos. La ejecución de la danza la realiza un número de
danzantes que va de 30 hasta más del centenar formados en dos filas, por
parejas, quienes siguen en la ejecución del son los pasos y evoluciones de la
pareja delantera de capitanes o punteros (generalmente los más habilidosos). Los
sones son interpretados por uno o dos músicos con flauta de carrizo y
tamborcillo de doble membrana percutido con una vara corta de madera. Cuando
son dos los músicos, uno lleva la “voz primera” y otro la voz “segunda”.
Muchos
de los sones tradicionales no tienen nombre; algunos de estos sones han sido
designados con nombres diferentes en los pueblos en los que se conserva esta
tradición. No es raro encontrarse con que a un mismo son se le conoce con
nombre distinto en diferentes localidades (aunque sea el mismo en cuanto a la
melodía, puede variar el nombre de un lugar a otro); algunos de los sones con
nombre más conocidos son: “El maíz negro”, “El
sonajero”, “San Antonio”, “La pájara pinta”, “La
culebra”, “La pozolera”, “La ola”, “La morisma”, “El
monito”, etc. Algunos músicos-piteros reúnen elementos melódicos de
varios sones para crear uno nuevo, al que nombran de acuerdo con su gusto muy
particular. El periodo de preparación o “ensayes” es de duración variable,
siendo en muchos de los casos hasta de un mes o más de anticipación al día de
la fiesta. Diariamente, en la casa donde va a realizarse “el ensaye” -por lo
general la de un miembro de la cuadrilla-, se acomoda un sencillo altar donde
se coloca el nicho de madera que contiene la imagen del santo patrón de la
población. Las familias vecinas se reúnen a “ver el ensaye”; cuando éste
termina, se reparte a los danzantes alguna comida ligera como tostadas y tacos,
agua fresca y/o ponche de granada o de tamarindo; ocasionalmente se reparte
atole y tamales o pozole. Esta preparación culmina con el “ensaye real” la
noche anterior al día principal de la festividad religiosa. Cuando un individuo
desea formar parte de la cuadrilla o tiene una “manda” que cumplir, pide
permiso a los capitanes de organización, los que a la vez informarán al
representante general de la cuadrilla y/o a los capitanes punteros para
responder al solicitante; si no hay inconvenientes (por lo general para cumplir
una manda no lo hay), el solicitante se incorpora a “los ensayes”. Aunque al
inicio de la colonización española los pueblos de las cuencas y valles de lo
que ahora es el sur de Jalisco estuvieron habitados por población autóctona,
poco a poco, con el transcurrir de los años empezaron a avecindarse en los
pueblos algunas familias de españoles, debido a que las autoridades coloniales
otorgaron mercedes de tierras consistentes en estancias y caballerías. Al
aumentar la población española en Zapotlán, la cabecera de la Alcaldía Mayor
que tenía por sede al Pueblo de Tuxpan -de mayor número de habitantes
“naturales”-, fue cambiada a aquél lugar, lo que dio inicio a la importancia de
esta población, consolidándose en el transcurso de los siguientes años al
avecindarse en Zapotlán muchos propietarios y comerciantes de la región
quienes, desde esta localidad, articulaban redes comerciales que se extendían
hasta las ciudades de México, Puebla, Querétaro, Zacatecas, Guadalajara, y las
regiones de Acapulco, Coahuayana, Colima, etc. Una de las manifestaciones que
han sobrevivido, quizá por estar muy ligada a la fiesta religiosa anual en honor
de San José durante el mes de octubre, es la danza llamada Los Sonajeros, cuya
práctica es sostenida por mestizos -integrados a la actividad económica como
jornaleros, desempeñando oficios diversos e incluso algunos como
profesionistas-, herederos de esta tradición, la que mantienen viva como parte
de su herencia cultural. En Ciudad Guzmán existen casi dos decenas de
cuadrillas de sonajeros. La preparación en algunos grupos inicia desde los
últimos días de agosto. Los “ensayes” se
realizan en la calle, fuera del domicilio de uno de los integrantes de la
cuadrilla. Llegados los días del novenario las cuadrillas pasan a danzar
diariamente por fuera de la catedral hasta antes de que inicie la quema de los
tradicionales juegos pirotécnicos: el castillo y los “toritos”. Se visten con
su indumentaria completa los días principales de la festividad: el 22 de
octubre día de la “misa de función”; el 23, día del desfile de carros
alegóricos y el 24, día en que acompañan las imágenes de los Santos Patronos
desde la casa del mayordomo de la festividad hasta la catedral. Antes y después
de cumplir con lo propio de cada día de los principales de la función, los
integrantes de la cuadrilla, juntamente con los familiares que los acompañan,
se dirigen a la casa del capitán de asistencia que corresponde para almorzar o
comer respectivamente. Después de almorzar y antes de dirigirse a donde
corresponde según el día, la cuadrilla ejecuta algunos sones como
agradecimiento a quienes ofrecen la asistencia de los alimentos; igualmente
después de haber comido. Por la tarde del último día, después de comer,
volverán a “dar gracias” frente al altar de las imágenes. Los “Encuentros
de Cuadrillas de Sonajeros” se organiza año con año en Ciudad Guzmán,
en el cual, más que encuentro, se trata de un ritual en el que cada una de las
cuadrillas pasa a interpretar uno o dos sones de la danza frente a una tarima
donde están los representantes del poder civil y eclesiástico. Esta práctica
inició en 1993, cuando al 12 de octubre instituyó oficialmente el gobierno
municipal en turno el “Día del sonajero”.
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