A lo largo de estos años, la tragedia de Cromañón fue motivo de inspiración para muchas bandas, ya sea como reclamo de justicia, catarsis de dolor o estigma generacional que se lleva de por vida. Callejeros hizo su descargo en las canciones de “Señales” y “Disco Escultura” pero muchos otros grupos que los tuvieron como referentes (como Ojos Locos, Salta La Banca e Invencibles) ofrecieron su visión de los hechos con música y letra.
También hubo homenajes desde otros géneros (el Blues de El
Tri, el Punk de Bulldog, el reggaetón combativo de Las
Manos de Filippi) pero el mensaje es siempre el mismo: no olvidar. Mientras
el Rock
“oficial” sólo se anima a alusiones veladas, las bandas en ascenso le ponen letra
y música a la tragedia. En el instante en que aquel lugar quedó sin luz, buena
parte de una generación dejó de ser la misma. Familiares, sobrevivientes,
amigos, los que miraban por la tele, los fanáticos de la música, de alguna u
otra forma, quedaron atravesados por una noche inolvidable. ¿Se puede hablar de
una generación post Cromañón? Ahí está, empapada por el 30-D, y plasmada en
canciones (de grupos en ascenso; el Rock comercial parece no animarse),
homenajes, santuarios, un barrio cargado de recuerdos, cantitos de hinchada que
recuerdan lo que pasó, pintadas, remeras, obras de teatro (La fábrica de
ángeles) y guiños mainstream no reconocidos (¿Pirotecnia autorizada?
¿"Miren lo que han hecho con el duende del rock"?). Están ahí, acá,
acusan y defienden a uno u otro, algunos con el golpe bajo, otros casi en
silencio, o con lo que pueden. Pero eso sí: todos coinciden en entrenar la
memoria. “Después de Cromañón, no salíamos o sentíamos que no teníamos derecho
a nada. La oscuridad del incendio nos hizo tapar la luz de la vida”. Ana, una
sobreviviente de 19 años, habla rodeada de sus casi treinta compañeros, que la
miran y asienten con la cabeza.
Con el preámbulo de la rabia y el dolor, cuenta
los frutos de “Los que nunca callarán”, la primera y única murga formada en su
mayoría por jóvenes que esa noche habían decidido ver a Callejeros. Unidos por
las marchas, terminaron juntándose sin más intenciones que hablar y compartir
experiencias. Hubo un tiempo en el que en las marchas por Cromañón era
imposible escuchar cualquier cosa que pareciera una nota musical. Pasó casi un
año hasta que algunos familiares, en una Plaza de Mayo cargada de carteles con
rostros, insistieron para que alguien subiera al escenario y rasgueara una
canción. Él, un pelado de 26 años al que todos conocen como Pichi
y que es el cantante de Cabeza de Gorrión, fue el que abrió
un camino de reconciliación entre las marchas y el Rock. “Una canción puede
cambiar las cosas, tiene poder. Si ahora la escuchan doscientas personas, el
día de mañana la pueden escuchar mil. De hecho, vi remeras con la letra y hasta
un chabón se la tatuó en la espalda”, dice, pero enseguida aclara: “La canté de
corazón y a los familiares les encantó. Pero como alguna gente pensó que lo
habíamos hecho para sacar rédito, dejamos de tocarla por mucho tiempo”. Cabeza
de Gorrión es una banda de El Palomar que nació en el 2001 y de sus
siete miembros, sólo Nacho, el bajista, estuvo esa noche
en Cromañón.
Demasiada la tristeza para olvidar, aquel primer tema que invadió una marcha,
nació de un tirón. Conmovido hasta las lágrimas, el cantante recuerda el encuentro
con fotos del santuario: “Fue la canción que más rápido escribí en mi vida”.
Después, se seca la cara: “Cromañón marcó una etapa de nuestra vida, y no puede
pasarnos delante de los ojos”. Gerardo, 24 años y bajista, había
quedado como integrante de La Vizca una semana antes del 30-D.
Esa noche calurosa casi toda la banda de rocanrol había ensayado en San Martín,
pero él ya tenía entrada y se fue para Cromañón.
Intentó luchar contra el humo,
hasta que cayó al piso y terminó afuera, en la calle, ayudado por un par de
héroes anónimos. Los otros cuatro integrantes de la banda que empezó a tocar en
el 2002 también se vuelcan a explicaciones de nueva conciencia instantánea. Nicolás,
el cantante, se sincera: “Después de Cromañón nos dimos cuenta de las
barbaridades que hacíamos y que hacían casi todas las bandas. Sólo queríamos
tocar. Estuvimos en lugares más feos que el de Once”. Y ahí, la de siempre: “Le
podría haber pasado a cualquiera”. El grupo convirtió “Lo que nos queda”, una
vieja canción que incluye “una crítica profunda a la sociedad”, en himno de
marchas y recitales. Pero no sólo eso: también le escribió una letra a Mariana
Márquez, la madre fallecida que le gritó a Ibarra: “¡Sos un cadáver
político!”. La Vizca dice defender el lugar de la música, pero aclara el
tema Callejeros
(“tienen una culpa inconsciente; pudo haberlos matado la ambición de querer ser
cada vez más grandes”), toma con pinzas los cambios (“las cosas malas están
empezando a volver. Pasó el furor de la conciencia”) y, sin dudar, se hermanan
en una denominación común: “Somos parte de la generación Cromañón”. Una vez más
la Plaza de Mayo, lugar de pedidos interminables. El pibe lo ve a Eduardo
Vázquez, el baterista de Callejeros, y se acerca para
preguntarle “cómo mierda podía seguir tocando”, “de dónde sacaba las fuerzas”.
Desde aquella noche no se había animado a reencontrarse con la viola. Sin
embargo, el cruce con Vázquez le movió la estantería y
apenas llegó a su casa vomitó una canción sobre Cromañón. “Era como si nunca
hubiera tocado la guitarra en mi vida, empezar de cero”, dice él, Marcelo
Santillán, delante de fotos de las víctimas y de una frase que reza: “Si
no hubiera sido por la capacidad de seguir adelante cuando se estaba en lo
peor, nunca se habrían hecho los caminos”. “Basta ya” se estrenó en
vivo cuando se cumplió el aniversario de la tragedia. Ante unas cuarenta mil
personas que miraban para el lado opuesto al de la Casa Rosada (“la consigna era
darle la espalda al Gobierno”), Marcelo se despachó con un tema que
desde entonces encontró difusión constante. Aunque le habría gustado crecer
como artista con temas más felices, no reniega de su conexión con Cromañón y
promete un disco con su banda (Mr. Santy y la rezaka) cargado de
referencias directas e indirectas. ¿El título? “No me puedo olvidar”.
Hoy, Marcelo
Santillán es parte en la ONG “Familias por la Vida”, sigue la causa de
cerca y cree férreamente en la culpabilidad de Ibarra, Chabán, Callejeros,
algunos bomberos, funcionarios y varios más. Otras voces, otros temas: “Por
ellos te quiero ver/ por eso quiero cuidarte/ por eso quiero sacarte ya/ ¡de
esa noche de humo que hace mal!”. (“No la vas a creer más”, Ojos
locos, la banda soporte de Callejeros en el 30-D). “Fiesta,
luces y el amor, todo eso muy rápido se transformó/ en el escenario del horror/
doscientos rocanroles son los que hoy y siempre/ vivirán en nuestra memoria y
sonarán en nuestros corazones”. (“200 rocanroles”, Cenizas
Rock). “Un sueño así/ donde el fuego y el agua puedan convivir/ un
fuego que no queme/ que dé calor y luz”. (“Agua y perdón”, Gastón Nievas). “Feliz
Navidad, Año Nuevo feliz nunca más/ la lluvia de colores no me hipnotiza igual/
no volveremos a reír igual... y entiendo por qué/ No volveremos a amanecer
igual... y entiendo por qué”. (“Vacío”, Invencibles). “Que
nunca se repita”, Salta La Banca, liderados por Santi
Aysine, un sobreviviente de la tragedia, la banda homenajeó a las
víctimas con un tema que se convirtió en un himno de sus shows. Incluye un
recitado al comienzo (“El analfabeto político”) que pertenece al dramaturgo
alemán Bertolt Brecht. Bulldog, “Los nuevos hijos del rock”,
tributo Punk por parte de la banda rosarina, incluido en su disco “Salvaje” (2007). “Comenzó la lluvia de
fuego y se apagó la luz / los gritos llenan las paredes se desgarran y ahí
estaba tu cruz / Vuelen ya, almitas, vuelen sin culpa y sin razón”, cantan. Bangladesh,
“Donde
quiera que estés”: “Te fuiste con tantos otros, que lucharon como vos,
por salir de la trampa que un ladrón les tendió / un ladrón que se robó tu
vida, por ahorrarse unos pesos más”, se escucha mientras pasan imágenes donde
se paga una coima al inspector y un grupo de chicos queda atrapado. La
Beriso, “Doscientas almas”: una banda que siempre se la comparó con Callejeros
por el timbre de voz de Rolo Sartorio, que tanto recuerda al
de Fontanet.
“Hoy falta una copa en la mesa y sobra un alma en el cielo”, entona.
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