El romanticismo musical siempre fue muy mal visto por la Iglesia Católica. Una vez más, la jerarquía eclesiástica se opuso a las formas artísticas que no se habían gestado en su seno. El canon eclesiástico no admitía el discurso musical ni poético de los artistas entusiasmados que buscaban la redención del hombre por el amor de la amada o por la belleza de la emoción.
La Iglesia Católica fue especialmente severa con las composiciones
sacras de muchos músicos románticos. Nunca quiso admitir a Liszt, a Dvorak
o a Bruckner;
la música de estos compositores no era la canónica. Definitivamente estos
músicos fueron considerados “traidores”, pues se atrevieron a escribir unas
obras sacras al margen del canon eclesial. Contra la intromisión de unos
románticos exaltados, la Iglesia Católica desplegó un arsenal dogmático que se
conoció como Cecilianismo. El Cecilianismo, cuyo nombre deriva de
Santa Cecilia (patrona católica de los músicos) fue un movimiento musical
nacido hacia finales del siglo XIX en el seno de la Iglesia Católica, y tuvo
vigencia aproximadamente hasta la segunda década del siglo XX. Los músicos y
teóricos cecilianistas reivindicaron la interpretación durante la liturgia del Canto
Gregoriano y de las obras
de los grandes polifonistas del Renacimiento como Giovanni Pierluigi da Palestrina,
Orlando
di Lasso o Tomás Luis de Victoria, modelos que proponían a los
compositores contemporáneos de música sacra para inspirar sus nuevas obras,
cuyo propósito era también buscar la participación de la asamblea de fieles en
la liturgia por medio del canto (por esta razón, se fundaron en estos momentos
numerosas “Scholae cantorum” en las parroquias). También la interpretación al
órgano se vio afectada por este movimiento: se condenó igualmente los excesos
teatrales propios del siglo XIX y se defendió una mayor sobriedad. La reforma
de la música litúrgica propugnada por los cecilianistas fue fomentada por el
propio papa Pío X. El Cecilianismo se obcecaba e insistía
con las monodias oscuras del gregoriano y con las polifonías clásicas. Los
ceciliansitas cada vez se volvieron más intolerantes.
Se opusieron a la Ópera,
atacaron también todas las composiciones sacras instrumentales de Max
Reger o de Mendelssohnn. El objetivo del Cecilianismo era otro del
que los feligreses se aprendieran el catecismo y cantaran en la misa de los
domingos y en las fiestas de guardar. El precursor de este movimiento fue el
eclesiástico fue Lorenzo Perosi, quien compuso oratorios, Motetes y misas
polifónicas, hasta un total de más de mil obras, aunque muchos consideran que
el verdadero iniciador del Cecilianismo fue Giovanni Tebaldini, organista
predecesor de Perosi en la Basílica de San Marcos de Venecia. Pasado el romanticismo, continuó la intolerancia contra el arte y las
ideas avanzadas que siempre ha caracterizado a la Iglesia Católica. El Cecilianismo
arremetió también contra la música del Movimiento Moderno. Frente a las
partituras de Schönberg, Stravinsky, Berg y otros
compositores, la Iglesia Católica insistía: las formas musicales del siglo XX
eran la música del demonio. La restitución del Canto Gregoriano a su
pureza original fue llevada a cabo, especialmente, por los monjes benedictinos
de la Abadía de Solesmes, en Francia. La restauración de la vida monástica
benedictina en Solesmes (cerca de Le Mans), llegó de la mano de Dom
Prosper
Guéranger. Su irradiación litúrgica, musical y espiritual, se extendió
pronto a otras regiones como Alemania y Bélgica. Por otra parte, en Francia
floreció toda una generación de compositores de música sacra que seguía los
principios del movimiento cecilianista.
Algunos de los más importantes
defensores del Cecilianismo en Italia fueron Raffaele Casimiri, Oreste
Ravanello, Federico Caudana (organista y maestro de capilla de la catedral
de Cremona), Raffaele Manari, Luigi Bottazzo, Marco Enrico Bossi y Filippo
Capocci (maestro de capilla de la basílica de San Juan de Letrán de
Roma). En Alemania también encontró gran difusión el Cecilianismo gracias a la
labor que Franz Xaver Haberl realizó en Ratisbona, donde tenía una
Kirchenmusikschule (escuela de música sacra) y era maestro de capilla del coro
de la catedral, especializado en polifonía y canto gregoriano. En Alemania
llevó en 1868 también a la fundación de la "Asociación de Santa
Cecilia" (Allgemeiner Cäcilienverein für die Länder deutscher Sprache)
gracias al impulso del teólogo y músico Franz Xaver Witt. Allí no hubo
ningún intento de proscribir por completo el uso de instrumentos en la iglesia,
e incluso Witt y sus colegas continuaron brindando acompañamiento
musical. En España, el compositor Hilarión Eslava, tras un viaje por
Europa en el que pudo conocer de primera mano el nuevo movimiento cecilianista,
comenzó a componer obras sacras en un estilo más sobrio y menos operístico a la
italiana. También llevó una gran labor de edición y difusión de los
polifonistas españoles del Siglo de Oro (Morales, Victoria, Guerrero,
etc.). Con el mismo espíritu, Francisco Asenjo Barbieri defendió
en el Congreso Católico Nacional de 1889 que la música religiosa moderna tomara
como modelo la pureza de la polifonía del siglo XV (los años de la
Inquisición). En Cataluña también hubo focos muy activos de Cecilianismo.
Allí se encontraban teóricos y músicos como los fundadores de la Asociación de
Amigos de la Música, Francesc Pujol i Pons e Ignasi
Folch i Torres, el creador del Círculo de Mozart, Josep Carreras i Bullbena;
el congresista Gregori Sunyol; el fundador de la Associació Gregorianista y de
la Associació d’Amics dels Goigs (así como de una Schola Cantorum), Francesc
Baldelló; el profesor Higini Anglès; el especialista en
música montserratina David Pujol i Roca; o el esteta Miquel
Querol. El Cecilianismo en otros países como Gran Bretaña, tuvo a Robert
Lucas de Pearsall como uno de sus pioneros: escribió música para los
ritos católico y anglicano y defendió las formas musicales antiguas. El checo Pavel
Křížkovský fue otro precursor del Cecilianismo.
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