viernes, 7 de octubre de 2022

Cecilianismo

 


El romanticismo musical siempre fue muy mal visto por la Iglesia Católica. Una vez más, la jerarquía eclesiástica se opuso a las formas artísticas que no se habían gestado en su seno. El canon eclesiástico no admitía el discurso musical ni poético de los artistas entusiasmados que buscaban la redención del hombre por el amor de la amada o por la belleza de la emoción.

La Iglesia Católica fue especialmente severa con las composiciones sacras de muchos músicos románticos. Nunca quiso admitir a Liszt, a Dvorak o a Bruckner; la música de estos compositores no era la canónica. Definitivamente estos músicos fueron considerados “traidores”, pues se atrevieron a escribir unas obras sacras al margen del canon eclesial. Contra la intromisión de unos románticos exaltados, la Iglesia Católica desplegó un arsenal dogmático que se conoció como Cecilianismo. El Cecilianismo, cuyo nombre deriva de Santa Cecilia (patrona católica de los músicos) fue un movimiento musical nacido hacia finales del siglo XIX en el seno de la Iglesia Católica, y tuvo vigencia aproximadamente hasta la segunda década del siglo XX. Los músicos y teóricos cecilianistas reivindicaron la interpretación durante la liturgia del Canto Gregoriano y de las obras de los grandes polifonistas del Renacimiento como Giovanni Pierluigi da Palestrina, Orlando di Lasso o Tomás Luis de Victoria, modelos que proponían a los compositores contemporáneos de música sacra para inspirar sus nuevas obras, cuyo propósito era también buscar la participación de la asamblea de fieles en la liturgia por medio del canto (por esta razón, se fundaron en estos momentos numerosas “Scholae cantorum” en las parroquias). También la interpretación al órgano se vio afectada por este movimiento: se condenó igualmente los excesos teatrales propios del siglo XIX y se defendió una mayor sobriedad. La reforma de la música litúrgica propugnada por los cecilianistas fue fomentada por el propio papa Pío X. El Cecilianismo se obcecaba e insistía con las monodias oscuras del gregoriano y con las polifonías clásicas. Los ceciliansitas cada vez se volvieron más intolerantes.
Se opusieron a la Ópera, atacaron también todas las composiciones sacras instrumentales de Max Reger o de Mendelssohnn. El objetivo del Cecilianismo era otro del que los feligreses se aprendieran el catecismo y cantaran en la misa de los domingos y en las fiestas de guardar. El precursor de este movimiento fue el eclesiástico fue Lorenzo Perosi, quien compuso oratorios, Motetes y misas polifónicas, hasta un total de más de mil obras, aunque muchos consideran que el verdadero iniciador del Cecilianismo fue Giovanni Tebaldini, organista predecesor de Perosi en la Basílica de San Marcos de Venecia. Pasado el romanticismo, continuó la intolerancia contra el arte y las ideas avanzadas que siempre ha caracterizado a la Iglesia Católica. El Cecilianismo arremetió también contra la música del Movimiento Moderno. Frente a las partituras de Schönberg, Stravinsky, Berg y otros compositores, la Iglesia Católica insistía: las formas musicales del siglo XX eran la música del demonio. La restitución del Canto Gregoriano a su pureza original fue llevada a cabo, especialmente, por los monjes benedictinos de la Abadía de Solesmes, en Francia. La restauración de la vida monástica benedictina en Solesmes (cerca de Le Mans), llegó de la mano de Dom Prosper Guéranger. Su irradiación litúrgica, musical y espiritual, se extendió pronto a otras regiones como Alemania y Bélgica. Por otra parte, en Francia floreció toda una generación de compositores de música sacra que seguía los principios del movimiento cecilianista.
Algunos de los más importantes defensores del Cecilianismo en Italia fueron Raffaele Casimiri, Oreste Ravanello, Federico Caudana (organista y maestro de capilla de la catedral de Cremona), Raffaele Manari, Luigi Bottazzo, Marco Enrico Bossi y Filippo Capocci (maestro de capilla de la basílica de San Juan de Letrán de Roma). En Alemania también encontró gran difusión el Cecilianismo gracias a la labor que Franz Xaver Haberl realizó en Ratisbona, donde tenía una Kirchenmusikschule (escuela de música sacra) y era maestro de capilla del coro de la catedral, especializado en polifonía y canto gregoriano. En Alemania llevó en 1868 también a la fundación de la "Asociación de Santa Cecilia" (Allgemeiner Cäcilienverein für die Länder deutscher Sprache) gracias al impulso del teólogo y músico Franz Xaver Witt. Allí no hubo ningún intento de proscribir por completo el uso de instrumentos en la iglesia, e incluso Witt y sus colegas continuaron brindando acompañamiento musical. En España, el compositor Hilarión Eslava, tras un viaje por Europa en el que pudo conocer de primera mano el nuevo movimiento cecilianista, comenzó a componer obras sacras en un estilo más sobrio y menos operístico a la italiana. También llevó una gran labor de edición y difusión de los polifonistas españoles del Siglo de Oro (Morales, Victoria, Guerrero, etc.). Con el mismo espíritu, Francisco Asenjo Barbieri defendió en el Congreso Católico Nacional de 1889 que la música religiosa moderna tomara como modelo la pureza de la polifonía del siglo XV (los años de la Inquisición). En Cataluña también hubo focos muy activos de Cecilianismo. Allí se encontraban teóricos y músicos como los fundadores de la Asociación de Amigos de la Música, Francesc Pujol i Pons e Ignasi Folch i Torres, el creador del Círculo de Mozart, Josep Carreras i Bullbena; el congresista Gregori Sunyol; el fundador de la Associació Gregorianista y de la Associació d’Amics dels Goigs (así como de una Schola Cantorum), Francesc Baldelló; el profesor Higini Anglès; el especialista en música montserratina David Pujol i Roca; o el esteta Miquel Querol. El Cecilianismo en otros países como Gran Bretaña, tuvo a Robert Lucas de Pearsall como uno de sus pioneros: escribió música para los ritos católico y anglicano y defendió las formas musicales antiguas. El checo Pavel Křížkovský fue otro precursor del Cecilianismo.

 




















 

 

 
 


 



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