No se sabe bien cómo llegó el Tango
a Japón. Las leyendas se superponen con los datos históricos, pero lo que está
fuera de discusión es su popularidad. Los locales, academias, peñas y centros
de divulgación del Tango en Tokio y las principales ciudades de Japón, dan cuenta
de ello.
Si un argentino desea ganarse la vida decentemente en Japón lo único
que tiene que hacer es bailar bien el Tango, pulsar algún instrumento o
saber cantar. Ni siquiera se reclama gran calidad; la marca criolla en el Tango
es tan grande que en Japón se espera que cualquier argentino sepa de tango y lo
interprete mejor que nadie. Exageraciones al margen, lo seguro es que desde
1954, cuando Juan Canaro se hizo presente en Tokio, las orquestas argentinas
no han dejado de peregrinar hacia Oriente, siendo recibidas por un público
expectante y feliz de poder disfrutar del Tango. Cuando Canaro llegó a Tokio
actuaban en los escenarios nocturnos de la ciudad alrededor de veinte
orquestas. La más conocida de todas era la Orquesta Típica Tokio, fundada en
1947 y dirigida por el maestro Shimpei Hayakawa. Esta formación
musical recorrió el mundo divulgando el Tango, estuvo en Buenos Aires más de
una vez y hasta 1971 actuó en los grandes escenarios de Japón. ¿Cómo es que el Tango
llegó a Japón, un país tan remoto, con un idioma tan diferente del español y
con una sociedad cuyas costumbres poco y nada tenían que ver con la Argentina?
Hay muchas teorías al respecto. Se asegura que el primer Tango que escucharon los
japoneses, lo interpretó la Fragata Sarmiento, el 25 de julio de
1906, en el Orient Hotel de la ciudad de Yokohama. Están los que dicen que en
la Segunda Guerra Mundial, el Jazz fue prohibido por el gobierno
nipón debido al enfrentamiento con EEUU y ello le abrió espacio al Tango.
Rosita
Quiroga y Olinda Bozán parece que fueron las pioneras. Otros aseguran que
para la década del 30 los japoneses ya estaban familiarizados con Gardel
y algunas de sus películas ya se habían proyectado en las salas de cine de
Tokio y Okinawa. También se conocían para entonces películas como “La
vida es un Tango” y “A puerta cerrada”. Temas como “Adiós
Pampa mía”, “A la gran muñeca”, “Organito
de la tarde” y “Una lágrima tuya”, ya eran conocidos
por los tangueros japoneses.
Por su parte, los sociólogos
aseguran que toda ciudad con puerto es tanguera sin saberlo. Que haya en la
ciudad bruma, ritmo nocturno y una forma de vivir la soledad masculina,
prefigura el paisaje existencial del Tango. El japonés es un hombre
formal, atado a códigos y ceremonias, clásico y algo anacrónico. Pues bien,
estos componentes se conjugan perfectamente con el Tango. Cantores como Goyeneche,
músicos como Pugliese, han dicho que la noche de Tokio no se diferencia
demasiado de la noche porteña. La hipótesis más consistente sostiene que fue el
barón Tsunayoshi Megata el que llevó el Tango a Japón. Megata
era un hombre de mundo, una suerte de niño bien que en 1920 se instaló en París
para disfrutar de la buena vida. La noche en que Megata entró por primera
vez al cabaret “El Garrón”, se inició la relación de Tango con Japón. En ese
local nocturno, Megata no sólo descubrió el Tango, sino que aprendió
a bailarlo. Cuando en 1926 regresó a Japón, en su equipaje de hombre de mundo
traía una colección de discos de Tangos, entre los que se destacaban
los interpretados por las orquestas de Manuel Pizarro, Genaro Espósito y Eduardo
Bianco. Los sellos discográficos estaban escritos en francés, motivo
por el cual durante años los japoneses creyeron que el Tango había nacido en
Francia. Megata arribó con sus Tangos a Tokio y lo primero que hizo
fue instalar una academia de baile y escribir un libro que se llamará “Método
para bailar el Tango”. Elegante, distinguido, simpático, generoso, Megata
enseñó a bailar el Tango y, como dice la letra que lo homenajea: “Y así llevó el Tango
a tierra nipona, donde gratarola lo enseñó a bailar, cuentan que Megata
no cobraba un mango, por amor al Tango y por ser bacán”. Muchos años
después, ese excelente cultor de la poesía del Tango que es Luis
Alposta, escribió la letra que Megata se merecía. Se llama
precisamente “A lo Megata”. La música la compuso Edmundo Rivero, quien lo
grabó con la orquesta de Leopoldo Federico en 1983, una
grabación muy difícil de conseguir y donde son pocos los que saben que el fueye
que anima ese tema está templado por Yoshinori Yoneyama, cuyo apellido
hace innecesario explicar el origen de su nacionalidad. El barón Megata
murió en 1976 y el 29 de mayo de 1982 el tango de Alposta es ejecutado por
primera vez en Tokio. Allí se habla de la personalidad de este singular
personaje de la noche: “No sólo enseñaba cortes y quebradas, también daba
clases y hombría de bien, junaba de noches y de madrugadas, piloteaba aviones y
más de un beguén”. Y la última estrofa que constituye toda una teoría acerca de
cómo la leyenda se hace historia.: “Y tal vez ahora que está aquí presente,
mientras una Sony nos pasa “Chiqué”, alguien allá en Tokio, elegantemente,
baila a lo Megata sin saber quién fue”. La gloria de lo anónimo, como le
gustaba decir a don Antonio Machado.
El viaje del Tango de Buenos Aires a
Tokio fue un itinerario de ida y vuelta. Así como a principio de la década del 50
empezaron a llegar a Japón los primeros porteños, para esa misma época
desembarcaron en nuestras playas los primeros cantantes de Tango japoneses. En primer
lugar, a la gran Ranko Fujisawa, que aprendió a cantar el Tango fonéticamente y a
pesar de ese límite deslumbró en su momento al exigente público porteño. Su
primera presentación la hizo en el teatro “Discépolo” a mediados de 1953. Acompañaban a la japonesita Aníbal
Troilo y Roberto Grela. Troilo la presentó con entrañables
palabras: “Con algo de Malena y Estercita, proyecta en Buenos Aires su emoción
oriental, para hacernos saber que allá, muy lejos, bajo la luna de un Oriente
vestido de pagodas, se respira la dulce cosa nuestra. Esa misma que encontró
por Chiclana y por Boedo, la misma de los lengues y del taco, repartiendo las
rosas de los ocho sobre los patios pobres del parral y los ladrillos”. Concluye
luego: “Bienvenida muchacha a Buenos Aires, mi patria, el Tango y yo te declaramos
nuestra y te hacemos un lugar en el rincón más puro de la orilla”. Fujisawwa
estuvo muchas veces en Buenos Aires. Grabó con las mejores orquestas e
interpretó los mejores Tangos. “Caminito”, “Malena”,
“Sur”,
“Yira
yira”, entre otros. El otro gran exponente de Japón en el Río de la
Plata fue Ikuo Abo, que llegó por primera vez a Buenos Aires en 1965 para
actuar en los “Sábados Circulares” de Pipo Mancera. A sus dotes de cantor
les sumó las de actor. La película “Viaje de una noche de verano” lo
cuenta como intérprete. Yoyi Kanematz fue otro de los
grandes embajadores del Tango. Singular personaje que en
1975 llegó a Buenos Aires y lo primero que hizo fue visitar la tumba de Carlos
Gardel para dejar una placa y un inmenso ramo de flores. Auténtico
embajador de la cultura, fue el guía de Jorge Luis Borges cuando el autor de
”El Aleph”, estuvo en Japón. El Tango
en Japón es y fue nuestro más distinguido representante diplomático. Aquella
noche de noviembre de 1954 cuando Tadeo Takahashi se presentó en el
teatro Michi Geki de Tokio a Juan Canaro, se inicia la apertura
de los grandes embajadores del Tango en tierra oriental. En 1961 el
presidente Arturo Frondizi llegó a Japón acompañado de la orquesta de Francisco
Canaro. Después no faltó nadie; desde los mejores a los más chantas.
Todos viajaron a Japón y conquistaron fama, afectos y plata. La única ausencia
significativa fue la de Aníbal Troilo. “Para qué voy a ir a
Japón si allí no conozco a nadie”, dicen que dijo.
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