En Bolivia, las tradiciones permanecen en cada región con sus propias
características y valor de su folklore. Las fiestas religiosas son propias de
cada departamento, tal el caso del Pujllay de Tarabuco, en el
departamento de Chuquisaca. El vocablo “Pujllay”, en quechua significa
“jugar”. En cuanto a su origen, tiene características conmemorativas y de
pleitesía, se dice que habría nacido a consecuencia de la festividad
prehispánica de “Jatun Pocoy” (gran madurez), y “Pauker Waray” (sacrificio
al sol), propios de Tarabuco y zonas aledañas, que son rituales religiosos
paganos con ofrendas a la Pachamama y a la naturaleza pidiendo buena cosecha.
Posteriormente se unió la conmemoración de la victoria de los habitantes de la
región sobre los españoles en la batalla de Jumbate el 12 de marzo de 1816.
Rememora, así mismo, a las pandillas o ruedas de campesinos y mestizos que
recorren los poblados a pié o a caballo, visitando casas donde hay chicha y pucaras.
La pucara, gran símbolo del Pujllay, es un altar en forma de
arco o de torre, hecho de madera durante la fiesta, de al menos cinco metros de
altura, del que se cuelgan como ofrendas, productos agrícolas autóctonos, como
maíz, papa, legumbres, pan, bebidas y carnes. En la cima de la pucara suele
flamear la wiphala, bandera simbólica de los movimientos indígenas originarios.
A los pies de la pucara, como siempre, cántaros de chicha, bebida de maíz
fermentado, de los que beben los danzantes mientras giran sin parar. El Pujllay
es una manifestación folklórica más pura al mantener su pesado danzar, su
música de tono melancólico y aun monótono y el canto solitario del campesino
que trata de expresar su amor a una moza.
El carnaval legítimamente indígena se inicia con la generalizada
“challa” de las cementeras y diversas ceremonias prehispánicas de fecundidad,
fijadas según el calendario por los lunes y martes de carnaval, iniciando el
verdadero carnaval campesino el miércoles de cenizas con la adoración de las
pucaras. La fiesta no es sólo un divertimento emocional sino que refleja un
nivel de relaciones sociales. Los comunarios mayores y jóvenes se preparan para
esta fiesta, ya que es la aspiración máxima participar del Pujllay. Sin
embargo, el dinero es un factor limitante para su participación, ya que los
atuendos son sumamente caros. En cuanto a la vestimenta, llevan una montera en
la cabeza, especie de casco similar al que usaban los españoles durante la
conquista, bellísimamente adornada con flores blancas y amarillas. Llevan una
almilla, especie de blusa de paño negro, pantalón blanco, encima del cual, otro
más corto de paño negro, las polainas cubren desde el talón hasta las canillas,
son de variados colores. Sobre los hombros llevan un poncho y encima otro más
pequeño de colores vivos. Los gallos (espuelas), sirven para marcar el ritmo y
van sujetadas a las sandalias de alta plataforma con más de 10 centímetros de
espesor. La música del Pujllay es una manifestación
religiosa reconocida como canto litúrgico dedicado al sol. Los instrumentos
musicales utilizados son pincullos, flautas grandes llamadas “Senckatanch'ana”,
y el “Machu Tock'oro”, idiófono de gran tamaño. Entre los danzarines del grupo
están los cantantes, que a su turno entonan la melodía, generalmente
relacionada con el amor que sienten por una moza, o coplas de agradecimiento a
todo lo que los rodea, animales, plantas, etc.
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