El origen de la melodía conocida como Muliza se remonta a los
primeros años de la vida republicana en Perú. Proviene de la palabra “mulero”,
que corresponde al rico historial del Cerro de Pasco y de sus abundantes
yacimientos minerales. El Cerro de Pasco recibió a partir del Siglo XVII, el
valioso aporte de un personaje muy importante en la actividad minera de
entonces: el mulero. Este no solo debía llevar las miríadas de mulas del Norte
argentino en largas jornadas, sino también transportar enormes masas de mineral
desde los socavones hasta los ingenios, ubicados a considerables distancias, y
en su regreso transportaban madera, carbón y sal, elementos muy útiles para la
metalurgia de entonces. En casos muy especiales llevaban lingotes de plata
hasta la Casa de la Moneda de Lima, con todos los riesgos y peligros que tal
empresa suponía. La cosa no quedaba ahí: debido a que en la ciudad minera no se
cultivaba ningún producto alimenticio, debían transportarlos desde largas
distancias. Inicialmente se utilizaron las llamas para el transporte metálico.
Más tarde los mineros se vieron en la necesidad de cambiarlas por las mulas. La
sustitución se llevó a cabo entre los años 1600 a 1610. En el comienzo, cuando
resultó extremadamente abundante la producción minera, la llama y el caballo
resultaron débiles e insuficientes para el transporte de las sacas con metal.
Las mulas no solamente resultaban idóneas para el transporte, sino también, el
pisado de la plata en los ingenios. En el mercado del Cerro de Pasco,
diariamente circulaban entre dos mil a tres mil mulas, que eran provistas desde
el Norte argentino (Salta, Córdoba y Tucumán).
Los muleros eran poetas y músicos además de valientes y expertos
jinetes. Sus versos querendones, urdidos con aliño y mucho afecto, alimentados
por una música y acompasada, era propagada por los dilatados espacios libres
entre el Norte argentino y el Cerro de Pasco. Es de suponer que en sus largas
travesías, los muleros asimilaron cadencias y cantos de los diferentes lugares
que visitaron. En la monótona tarea diaria de conducir, los silbidos, guapeadas
y gritos, se alternaban con la dulce canción, que al compás del trote de la
cabalgadura entonaban. Eran endechas musicales inspiradas en las querencias
dejadas atrás, canciones sentimentales que devinieron en la Muliza. Esta nueva creación
reemplazó al Triste, que entonaban al calor de los fogones camperos, matizados
con Vidalitas y Cielitos. Ya en el predio minero adquirían carta de ciudadanía
cuando el pueblo las hacía suyas. Poetas y músicos citadinos crearon otras
Mulizas que el pueblo cantaba con deleite. En los carnavales, era tradicional
estrenar este género musical, para lo cual los grupos carnavalescos hacían gala
de sus mejores repertorios y sus creaciones musicales que año a año se repetía.
Se llamaba “Calistrada” a ese desfile de cientos montados a caballo, que
acompañados por sus instrumentos (guitarras, violines, mandolinas, charangos,
clarinetes, etc.), ponían un marco musical indescriptible, luciendo sus mejores
galas: sombrero, poncho abano (de vicuña), anudando un fino pañuelo bordado en
el cuello, en aquellos años carnavalescos de opulencia del Cerro de Pasco. El 3
de febrero de 2014, la Muliza ha sido declarada Patrimonio Cultural de Perú.
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