El Yaraví
es un género musical de origen incaico. Se expande por gran parte de la región
andina de Perú, siendo Arequipa, Huamanga, Cuzco y Huanuco, los departamentos
donde se cultiva con más arraigo y en diferentes estilos. Este canto se
emparenta con el Triste de La Libertad y Cajamarca, y con la Muliza de Cerro de
Pasco y Junín.
También hay tradición de Yaraví en Ecuador y en menor medida, en Bolivia y Argentina. La dicción ha sido escrita de diversas formas: haravi, haráhuy o araví. La versión más correcta del origen de la palabra es la que presenta al Yaraví como la formación del vocablo quechua “harawi”, el cual significa “cualquier aire” o “cualquier recitación cantada”. Los incas llamaban a sus poetas haravec, es decir, inventador. Originalmente el Harawi aborigen prehispánico, era un canto elegíaco, de despedida o fúnebre, no sólo referido a lo amoroso. Se acompañaba con quena o flauta de hueso. El Yaraví mestizo, cristalizado a comienzos del Siglo XIX, se hizo más romántico, ligado a la nostalgia del amor distante o perdido. La imagen enlutada y llorosa del Yaraví, y el propio nombre dado a la canción primitivamente indígena, provienen del Siglo XVIII. La fonética misma aguda del vocablo Yaraví denota su procedencia castellana y mestiza, ya que no son propias del quechua las palabras agudas. El haravi es una canción acompañada de taqui o danza, y aún de comer y beber. Según puede deducirse de algunos cronistas, la denominación proviene de la repetición de la palabra haravi utilizada como estribillo, según la costumbre poética incaica.
También hay tradición de Yaraví en Ecuador y en menor medida, en Bolivia y Argentina. La dicción ha sido escrita de diversas formas: haravi, haráhuy o araví. La versión más correcta del origen de la palabra es la que presenta al Yaraví como la formación del vocablo quechua “harawi”, el cual significa “cualquier aire” o “cualquier recitación cantada”. Los incas llamaban a sus poetas haravec, es decir, inventador. Originalmente el Harawi aborigen prehispánico, era un canto elegíaco, de despedida o fúnebre, no sólo referido a lo amoroso. Se acompañaba con quena o flauta de hueso. El Yaraví mestizo, cristalizado a comienzos del Siglo XIX, se hizo más romántico, ligado a la nostalgia del amor distante o perdido. La imagen enlutada y llorosa del Yaraví, y el propio nombre dado a la canción primitivamente indígena, provienen del Siglo XVIII. La fonética misma aguda del vocablo Yaraví denota su procedencia castellana y mestiza, ya que no son propias del quechua las palabras agudas. El haravi es una canción acompañada de taqui o danza, y aún de comer y beber. Según puede deducirse de algunos cronistas, la denominación proviene de la repetición de la palabra haravi utilizada como estribillo, según la costumbre poética incaica.
Con la
conquista española el haravi perdió el desenfreno pagano de los taquis y sólo
subsiste el lloroso y solitario quejido de las quenas o las quejas nocturnas de
los amantes separados. El haravi se transforma en Yaraví, transformación que no
es sólo fonética sino también espiritual. El Yaraví más antiguo es el de
Ollanta escrito hacia 1780. Desde entonces quedó definida la índole del Yaraví
mestizo, octosílabo castellano, nostalgia sentimental y lírica ingenua. Esta
canción escrita por Antonio Valdéz, decidió la suerte del género. Los yaravíes de
Valdéz están escritos en quechua y se acompañaban de quenas, y aunque contengan
reminiscencias poéticas castellanas, su espíritu era ya peruano, es decir, que
estaban ungidos de la melancolía indígena. Los yaravíes posteriores, en el
proceso de mestización no contenían palabras indígenas y eran compuestos para
guitarras. Otro momento clave del Yaraví lo representa Mariano Melgar, que
renovó casi la esencia del género dándole un aire revolucionario y patriótico.
Con ello reivindicaba a los ancestros aborígenes y los vinculó al ideal
revolucionario. Al morir fusilado por su adhesión a la Revolución, sus yaravíes
quedaron para siempre en el imaginario popular. Otros poetas, principalmente
arequipeños, continuaron escribiendo yaravíes. El Yaraví nació alegre, en la
fiesta jubilar de la cosecha incaica, silenció su voz en los primeros siglos de
la conquista y renació lleno de pesadumbre en el Siglo XVIII. Para recordar su
ingenuidad y su desolada queja, necesita volver al regazo de la tierra quechua
y escuchar de nuevo el sonido de las canciones de trilla y esquila.
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